domingo, 24 de noviembre de 2013

El maratón. Los participantes.

Preparado para afrontar mi sexto
maratón. Siempre la duda, un poco
de nervios y unas lágrimas segundos
antes de la salida.
Tengo grabadas en mi imagen, y en algunas fotografías, las caras de antes y después del maratón. Antes eran todo caras alegres, festivas, guerreros y guerreras dispuestos a salir a una batalla que teníamos la seguridad que íbamos a ganar. Pero una batalla, aunque haya mucha superioridad siempre tiene un final incierto y deja algunos cadáveres en el campo. Corredores disfrazados. Bolsas de plástico para combatir el frió, colas enormes delante de los váteres de plástico. Un corredor echando su último cigarrillo antes de la salida. Nervios disimulados. Consultas a los relojes para sintonizarlos con los satélites y para ver cuánto faltaba para salir. Miradas, deseos de suerte. Compañerismo, mucho compañerismo. Poco antes de la salida veo a uno con la camiseta del Atlético de Madrid. Nos saludamos. Es alemán que lleva diez años viviendo en Madrid. Suerte. Todos tenemos una meta declarada; acabar. También tenemos una meta secreta; mejorar aunque sea en un segundo nuestro mejor tiempo.

Al final esas mismas caras estaban transformadas. Eran otras. Una vez pasada la meta todos éramos vencedores, pero las caras no lo anuncian. Son caras rotas, agotadas. Tiene el rictus de la victoria y el dolor entremezclados.

Hay satisfacción, mucha satisfacción, pero la pátina del sacrificio en algunos casos no la hace evidente.


Estas son las caras del "triunfo" después
de pasada la meta.

El último cigarro antes de salir
A una imagen la separa de la otra tres horas y veintiocho minutos en los que 
lo he pasado bien, muy bien. Me ha sobrado energía para reír y correr como
un lebrel el último kilómetro y medio.
Enfundado en una bolsa de plástico
para afrontar el frío en los inicios de
la carrera






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