viernes, 22 de noviembre de 2013

Dublín.

En Dublín ya había estado. Como iba por poco tiempo mi mochila llevaba más comida que ropa. No es porque no haya en Dublín, sino porque pensando en el maratón me gusta llevarme la comida que consumo habitualmente. Así que llevé mis almendras de mi huerta, la miel que elabora mi amigo Curro, los plátanos (de Canarias), la avena recomendada por mi hija para que dure más el efecto de los hidratos de carbono. Y las galletas. Siempre viajo con galletas de chocolate. Por lo que pueda pasar.


Creo que hace unos años, cuando estuve 
anteriormente en Dublín, ya estaba este 
buen hombre tocando su guitarra y
 cantando con su voz rota, pero firme. Allí seguí. ¿O era otro?
Escampé lo que llevaba en la habitación de unas chicas que me acogieron en su casa, previo pago, y pensé que parecía mi hogar de tantas cosas como había mías por toda la habitación. Sintiéndome en casa me fui al santuario de la cerveza y la música irlandesa, al Temple Bar, que no es un bar, sino muchos. Me quedé asombrado, porque a pesar de mi amor declarado por la Guinness, no tomé ninguna pensando que comenzar podría ser un sin parar y a Dublín había ido a correr un maratón. Ya llegará el tiempo de las celebraciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario