lunes, 15 de octubre de 2018

Zemun. Serbia.


Zemun. Serbia 21/09/2018

Me encontré esta curiosa tienda
En Zemun vi este recuerdo a
los muertos en la última guerra
de los Balcanes.
A unos quince kilómetros de Belgrado está Zemun, es un antiguo pueblo de pescadores (de río) que ahora vive del turismo, al que se llega por bus urbano. Tiene su encanto la parte vieja, que está en cuesta y apenas es visitada por los turistas, que prefieren quedarse en la zona desarrollada junto al Danubio que está llena de terrazas como cualquier localidad costera. Si no fuera porque después del agua del Danubio ves la orilla del otro lado del río bien podría pensarse que estás en el mar.

En esta localidad he visto los váteres callejeros más atómicos de mi vida. Había uno junto a la orilla del Danubio. Estaba cerrado. Una mujer y un hombre esperaban. Hice cola. Se abrió la puerta y salió una mujer. Como vi que las otras personas que esperaban no entraban, deduje que la estaban esperando y me metí yo. Vaya bronca que me llevé en serbio. Ese serbio que está al alcance todos los que no lo hablamos. Que cómo se me ocurría meterme, que si no sabía esperar mi turno, que así no funcionan las cosas,… Pedí disculpas y me salí. Pero no entró nadie. Miraba perplejo sin entender. La puerta se cerró y todos esperando. 

Este es el váter. Se entrevé el
hombre que quería engañar al
ojo atómico, pero tuvo que
salir.
Parte alta de Zemun con el Danubio al fondo. 
El váter tiene un ciclo de desinfección después de cada uso. Uno entra, hace sus necesidades, se lava, se seca, se asea, pulsa un botón y sale a la calle. La puerta se cierra y comienza a girar el interior del váter, se limpia todo y se desinfecta. Con unas luces en el exterior te va indicando cuál es el proceso de desinfección, y tú mientras meándote. Las dos mujeres se fueron. El hombre que hacía cola entró sin esperar el proceso, pero el váter es sumamente inteligente y con voz robótica le dijo en serbio que saliera, que no había realizado la limpieza. El hombre, que debía mearse se escondió a un lado para que el ojo del váter no lo detectara. No le sirvió. Le insistió que saliera. Aún intentó un nuevo engaño pero no coló. Tuvo que salir, apretar una pierna contra otra para evitar mearse a las puertas del váter más atómico del mundo y esperar a que el juego de luces se pusiera verde. Por fin pudo mear. Yo esperé toda la desinfección y después de un buen rato también pude orinar en un váter impoluto.

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