El albergue de Sebrayo tiene más
habitantes que el pueblo. Para comprar se debe estar atento al paso
de una furgoneta de ultramarinos que vende lo imprescindible. Ir a un
restaurante supone caminar algunos kilómetros. Y no hay mucho más
que hacer.
Sebrayo no tiene mar, pero es una buena ilustración a falta de
foto del albergue, que es lo único que se puede fotografiar.
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Por la noche,cuando las tertulias
parecían acabadas por esa costumbre peregrina de estar durmiendo
antes de las diez, que en estos lugares es todavía pleno día, surge
una buena conversación con unas aprendices de maestras vascas que
entre ellas hablan continuamente en eusquera pero a las que se les
oye en medio expresiones como “joder tía”, “hostias, no me
digas”, “que bueno” y cosas así. En castellano iniciamos una
tertulia que se alargó hasta pasada la media noche y que agradezco
porque en todos los albergues me quedo sólo esperando como un lobo
la salida de la luna.
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