Santillana del Mar |
Hasta Santander se llega por medio de
ferry. Debo esperar para coger el primero de la mañana. Dos días,
dos rutas en bicicleta por mar. Son las cosas de ir por el norte.
Callejeo un poco por Santander, tampoco mucho. Me
hago las fotos correspondientes para dar fe de mi paso por estos
lugares y sin más dificultad me voy acercando hasta Santillana del Mar. No sé si iba demasiado rápido o muy despistado, pero lo cierto
es que he pasado Santillana sin darme cuenta. He tenido que volver
sobre mis rodadas para visitar la población. Hace muchos años que
había estado y nuevamente la memoria me había cambiado algunas
cosas de sitio y la iglesia la había guardado más grande y en una
plaza más amplia.
Población turística en todos los
rincones, bien cuidada pero de aspecto artificial con tantas anchoas,
chocolates, quesos y quesadas por todas puertas y la misma oferta
repetida, veinte euros diez botecillos de anchoas.
Sigo camino y llego a Comillas. También
había estado hace muchos años y también acumulaba falsos recuerdos
que he actualizado. El Capricho antes era un restaurante, ahora es un
lugar de pago obligatorio para entrar y yo no pago y por lo tanto no
lo vuelvo a ver. Imagino que allí seguirá Gaudí sentado en un
banco inmarcesible.
He decidido que toca comer de bocadillo
y litrona. En un parque, rodeado de niños y madres, he desplegado mi
arte culinario para abrir una barra en canal y preñarla de sardinas,
tomate y queso. Una amiga mía me decía que de vez en cuando hay que
comer de bocadillo para saborear lo bien que entra, y qué razón
tiene.
He comprobado una vez más la pequeñez
del mundo. He visto a lo lejos a una pareja de Alcañiz, pero no iba
a ponerme a dar voces. Ya los veré.
Siesta en el mismo parque, visita de
callejeo para bajar el bocadillo y bicicleta hasta San Vicente de la
Barquera.
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