Unos kilómetros antes de entrar en
Colunga diviso a lo lejos un ciclista con una bicicleta voluminosa
que subía despacio una cuesta. Me crezco y voy a por él. Poco antes
de alcanzarle se mete por una calle de un pequeño pueblo y
coincidimos cuando sale de la calle. Íbamos a un ritmo parejo así
que comenzamos a intercambiar nuestras primeras palabras. Su
bicicleta es voluminosa porque lleva incorporado un motor eléctrico
que le ayuda en las subidas.
En Oviedo con José Luis delante de El Salvador |
Cuando el camino va entrando y saliendo
d
e la carretera seseando, suelo ir por la carretera sin más desvíos,
pero José Luis, que es el ciclista con el que voy me anima a meterme
por caminos, voy con él, me lanzo y al poco me doy cuenta de que no
me sigue, así que sigo hasta Colunga con intención de comer. En un
restaurante en una calle paralela a la carretera me sirve comida
asturiana una camarera colombiana guisada por un francés. Cuando
estoy dispuesto a hincar el diente llega José Luis y compartimos
mesa, mantel y conversación. Me comenta que quiere ir por Gijón (yo
voy a ir por Oviedo). Después de comer yo me quedo a sestear en un
parque y él sigue camino.
Al día siguiente, dentro de Oviedo,
subiendo por una cuesta veo a un ciclista parado hablando con un
guardia. Era José Luis que había decidido finalmente ir por Oviedo
a visitar a una amiga. Damos juntos una vuelta por la ciudad y nos
despedimos, yo me voy a Avilés. A media tarde, estando en mi litera
del albergue me saludan. José Luis ha ido a parar, de las 70 camas
que hay en el albergue, a la que está junto a la mía. Por la tarde
damos una vuelta por Avilés y nos volvemos a despedir.
Cual es mi sorpresa, cuando el día de
mi vuelta a casa, al ir a coger el tren en Santiago a las ocho y
media de la mañana, en el andén, sentado, vuelve a estar José
Luis. Pasamos un rato juntos y en el tren nos hacemos visitas, la
mía fue infructuosa pues cuando fui a su vagón no lo encontré y
por contra me encontré con un personajillo al que hacía años que
no veía y hubiera querido que pasaran siglos sin volver a ver. Así
que sólo insistí dos veces en la visita a mi vecino José Luis por
no volver a coincidir con el personajillo en cuestión. Al llegar a
Zaragoza nos despedimos en el andén, como corresponde, continuando
con una buena relación de coincidencias.
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