Los semáforos.
Serbia. 27 septiembre 2018
En una ocasión, en
Nueva York, había un semáforo en rojo para los peatones. Una
policía estaba a mi lado y no crucé la calzada por temor a que me
dijera algo a pesar de que no pasaba ningún coche. La policía me
miró y me preguntó que por qué no pasaba. Le dije, que porque el
semáforo estaba en rojo. Me preguntó, ¿pero pasa algún coche? No.
Entonces qué coño haces esperando. Creo que esa ha sido la única
vez en mi vida que he esperado en un semáforo pudiendo pasar y tuve
la suerte que una policía me pusiera en mi sitio.
Creo que es
genético. No puedo esperar, a cruzar la calle aunque me juegue la
vida. Es genético. Mi padre hacía lo mismo.
En Belgrado todavía
me he aventurado más y es que los semáforos en rojo para los
peatones van marcando los segundos que quedan para que se tornen
verdes. Me desespera que me diga: “te quedan 90 segundos hasta que
puedas pasar y mientras lo único que puedes hacer es contemplar cómo
pasa tu vida, segundo a segundo delante de mí”. Pues no. Me lanzo
al ataque y cruzo en cuanto puedo y le digo al semáforo: “ahí te
quedas con tus segundos, adminístralos como puedas, pero yo ya estoy
al otro lado disfrutándolos”.
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