El lobo estepario
estuvo aquí. Serbia. Septiembre 2018
Siendo un
adolescente leí “El lobo estepario” de Hermann Hess. Es de los
libros que dejan huella en los adolescentes. Luego lo he releído
varias veces y tengo dudas de si hemos llevado vidas paralelas o soy
producto de la lectura del libro. Lo cierto es que soy un lobo
estepario. Si alguna variación hay es en que cada vez soy un poco
menos lobo, por la edad, pero más estepario. Viajo solo y no sé
viajar en compañía y me cuesta trabajo permanecer al lado de las
compañías ocasionales. La soledad, mi continua soledad es el precio
que debo pagar a mi libertad.
Disfruto con esa
sensación de libertad cuando estoy corriendo por lugares solitarios
sin que nadie en el mundo sepa dónde estoy, saludando a las personas
que desconozco y me encuentro, dándolas a entender que pertenezco a
su mismo grupo de animales, pero poco más. A veces entablo
conversaciones, que pueden ser breves o largas, pero con final
definido, sin continuidad ni dependencia.
En ocasiones me
gusta dejar una huella. Una huella diminuta en lugares que
posiblemente no vea nadie. Pongo una pegatina de las que me hizo mi
hermano Kike en las que con una caricatura que me hizo mi hija
Violeta pone “aquí estuvo el anciano lobo estepario”. Las pongo
en lugares donde no molesten, no ensucien y posiblemente nadie las
vea. Es la pequeña ilusión, ilusa, pensando que el lobo dejó una
huella en el barro en Belgrado, como si la lluvia y el viento no
fuera a borrar esa huella a las pocas horas.
Aquí estuvo el
anciano lobo estepario. (En el planeta Tierra).
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