El Danubio y la isla
de Ada. Serbia. 25 de septiembre 2018
Al proceder de una
tierra donde el agua es escasa, donde el Guadalope es un pequeño
aprendiz de río, contemplar el Danubio me produce un placer que cada
día se va renovando.
Me he pasado mucho tiempo contemplándolo.
Imaginando qué se podía hacer con tanta agua en mi pueblo.
Calculando con qué tramo del Danubio se puede llenar uno de los
pantanos que regulan el Guadalope en unos segundos.
Me fascina la
vida que se desarrolla en torno al río. Pescadores, barcos con
pasajeros, incluso barcos militares, viviendas y restaurantes
flotantes y sobre todo mucha vegetación, muchos peces y muchas aves.
Mucha vida de todo tipo.
Casi todas las
mañanas he ido corriendo por su ribera en un paseo peatonal y para
bicicletas que es magnífico. Lo he disfrutado corriendo. Hoy lo he
querido disfrutar caminando.
Me he ido desde casa
hasta la isla de Ada, que está en el río Sava, un afluente del
Danubio que desemboca en Belgrado. Como no es temporada turística,
hay poca gente y muchos establecimientos están cerrados. Me ha hecho
un día espléndido, con el sol justo. Aunque no suelo comer
cadáveres, no tenía muchas opciones y me he comido una pljeskavica
que es una hamburguesa serbia, con mis patatas fritas y todo. Me ha
sentado estupendamente sentado junto al río.
Un brazo del río
Sava a su paso por la isla de Ada está cerrado en sus extremos y
forma un lago artificial al que he dado la vuelta, unos ocho
kilómetros disfrutando de cada paso. A veces el placer está
en cosas tan sencillas que desearíamos que nos cobraran para saber
su precio, que no su valor.
Cuando abandonaba la
isla y el lago iba volviendo la cabeza a cada instante para
asegurarme de que iba a mantener en el recuerdo todas las gratas
sensaciones que había sentido.
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