lunes, 28 de marzo de 2016

Disfrutar de la victoria

Ahora podría estar llorando abiertamente la muerte de mi hija, o haciéndolo a escondidas mientras la empujaba en una silla de ruedas y le sonreía dándole palabras de ánimo. Pero gracias a la Providencia sólo tengo sonrisas porque Violeta, mi hija, está fresca y sana.

A Violeta la han operado de escoliosis. Una intervención brutal en la que le han abierto la espalda desde el cuello hasta el culo para atornillarle las vértebras a dos columnas de titanio. Antes de la operación el cirujano nos dijo que tenía cuatro posibilidades, aunque no en el mismo porcentaje, morir, quedar tetrapléjica, quedar parapléjica o sobrevivir. Violeta, con la inestimable ayuda de los cirujanos, se agarró a la última y así me ha ahorrado muchas lágrimas. Todas las lágrimas.

Salgo a correr habitualmente. Desde hace meses lo hago de madrugada, a las seis o las siete de la mañana, todavía noche cerrada. Antes de la operación he ido corriendo y llorando desconsoladamente hasta temer quedarme sin lágrimas. Cuando salí a correr por los mismos caminos después de la operación tenía ganas de llorar de alegría y a la vez para reírme de los lloros pasados, pero no pude. Sólo la sonrisa acudía a mi cara. Sólo la sonrisa que ya no puedo borrar porque ahora podría estar llorando abiertamente la muerte de mi hija y sólo sonrío. Sonrío.


A Violeta la operaron en Zaragoza. Un día antes de la intervención, un miércoles, estando ya ingresada en el hospital, me fui a apuntar a una carrera para el siguiente domingo. Fue la carrera más esperada de mi vida. La más deseada. No me inscribí para creerme que habría continuidad pasara lo que pasara. Lo hice porque debía correrla, debía hacerlo porque todo debía salir bien. Si no corría estaría llorando sin lágrimas, desconsolado sin remedio. Me lesioné antes de la carrera, pero debía correrla, cogí un resfriado mundial, pero debía correr. La operación había salido bien y salí a correr riéndome del dolor que tenía en la pierna derecha, riéndome de los mocos que me salían como manantiales de mis narices. Faltando un kilómetro para la meta la pierna me dijo que hasta aquí habíamos llegado, pero yo le dije que se venía conmigo hasta el final, y a regañadientes, medio arrastras llegó conmigo. Iba a llorar de alegría, quería llorar de alegría, pero no me quedaban lágrimas, sólo sonrisas. Arrastrando la pierna rebelde sonreí cuando entré en meta y recordé a Violeta un par de horas antes, en la cama del hospital, cuando le dí un beso antes de irme a la carrera, que con su dolor, con su malestar, con el cuerpo lleno de medicamentos que la tenían sedada, sacó de entre las sábanas sus dos dedos de la mano derecha para lanzarme el grito más hermoso, más grande y callado que he escuchado nunca. El grito de sus dedos en forma de V deseándome la victoria. Todo estaba ganado antes de salir. La victoria ya la estábamos disfrutando. Habíamos ganado porque podría estar llorando ignorando que estaba apuntado a una carrera.

La operación fue el 26 de noviembre de 2015.  

1 comentario:

  1. Pues no sabes lo mucho que me alegro; sigue corriendo y sonriendo; y un fuerte abrazo a tí y a tu hija.

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