Mi
amiga sevillana me fue abriendo el camino desde su casa hasta llegar a
Burguillos donde me incorporé al camino. Sólo un abrazo de despedida, sin más
palabras.
De
Burguillos me fui a Castilblanco de los Arroyos y a El Real de la Jara donde
compré fruta a un vendedor ambulante que iba a su ritmo pregonando su mercancía
sin reparar en que les seguía cuesta arriba, no por un reto, sino porque quería
su fruta. “Mi marido me decía que quéhacía
un ciclista detrás de la furgoneta”, me dijo la frutera, sin entender que lo
que quería era fruta. Sin pesar lo comprado me cobraron un euro por plátanos y
manzanas que fui comiendo en una plaza.
Subí el
primer puerto. Debía estar tan eufórico que no me enteré hasta varios días
después de lo duro que debía ser cuando escuché a algunos ciclistas comentar
como acto heroico que lo habían subido sin bajarse de la bicicleta. Por allí me
encuentro a los primeros peregrinos, alguno que hace el camino de vuelta. Caballos,
cerdos, ovejas y otros animales, menos yo, cobijan su cabeza en cualquier
sombra. Yo a lo mío que es dar pedales. En Monesterio, ya en la provincia de
Badajoz a comer. Pido una cerveza con gaseosa y me preguntan ¿blanca? Yo
contesto que con gaseosa y me la traen. Pido otra y la misma pregunta ¿blanca?
y les contesto preguntando que de cuántos colores tienen la cerveza con gaseosa
y me dicen que también puede ser de limón.
Si algo
hay más importante que la bici en días de bici con calor, son las siestas.
Pregunto en Monesterio por un parque, con intención que no comunico, de hacer
la siesta y me envían a un parque infantil, con columpios. Echo una cabezada
bajo una roca y sigo en un día caluroso hasta Fuente de Cantos por una vereda.
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