Sólo
faltaban unos 40 kilómetros para llegar a Santiago en la última mañana de
bicicleta. He madrugado, como todos los días, y he esperado un rato en la calle
mientras me abrían la puerta para recoger la bici. El recorrido gallego ha
resultado divertido. Lo único molesto es que a veces, los que han señalizado el
camino, para evitar coincidir con carreteras, te obligan a cruzar una y otra
vez la carretera para ir por caminos o antiguas carreteras abandonadas que aún
te ponen más en peligro al obligarte a cruzar y volver a cruzar para hacer sólo
un ciento de metros en tramos absurdos, duros y sin sentido. Pero las flechas
amarillas mandan.
Es el
día en que me encuentro a más peregrinos. Ya están llegando a Santiago y en
todos se les ve la cara de satisfacción pues van a culminar un recorrido que en
algunos casos es de meses por senderos.
Sobre las 10:30 de la mañana llego a
Santiago. Foto de rigor y a otra cosa. Ni siquiera sello la credencial. Me voy
callejeando hasta la estación de autobuses y con dos bolsas de basura envuelvo
la bicicleta para meterla en el autobús. Compro comida para el camino, el
autobús sale a las dos de la tarde y no voy a llegar a casa hasta las 9:30 de
la mañana del día siguiente, y preparo lo mejor que puedo lo que deberá ser mi
ocio en tantas horas de viaje.
A las tres de la mañana llegada a Zaragoza y
coincidencia con otro ciclista que había viajado en el mismo autobús y que
había hecho la misma ruta que yo. Estaba un tanto aturdido por las horas de la
madrugada. Montó la bicicleta para ir sobre ella hasta su casa, que estaba a
quince minutos según me dice, pero después de irse, cuando yo estaba esperando
a mi autobús que salía a las 7:30 de la mañana, ya habían pasado los quince
minutos y lo veo perdido dando vueltas porque, deduje, no encontraba la salida
de la estación.
Entonces llegué a la conclusión de que para
las pérdidas no sirve de nada un GPSA, él lo llevaba y yo no. Lo más
interesante es saber italiano, porque todos los caminos conducen a Roma.