Yendo a Dublín
No andaba sobrado de ánimo. Me fui pensando en volver.
Aunque poco. Una vez con la mochila en la espalda sólo miro para delante. Y sin
la mochila también. A veces creo que si no fuera porque lo escribo no tendría
pasado.
Hacer contactos y amistades me viene a costar cinco minutos.
Es el tiempo necesario para intercambiar unos saludos, un apretón de manos,
unas cuantas preguntas y algún proyecto. También influye una especie de ángel
de las relaciones que revolotea alrededor de mi mochila, pues aunque no tenga
demasiadas ganas allí estoy hablando con unos y otros. Cuando estaba esperando
el autobús para ir al aeropuerto pregunté en la parada al que sería mi buen
amigo David (pronúnciese Daivid pues es inglés).
Ni este es Deivid, ni la ciudad es Reus, donde
nos encontramos. Ni siquiera tenemos una foto
juntos. Así que aquí está mi autorretrato en Dublín.
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David estaba por España en busca de unas tierras para
desarrollar un proyecto de agricultura sostenible. Le hablé del mío y quedamos
para vernos a mi vuelta del viaje a Dublín. Así que nada más llegar a casa, a
mi vuelta, allí tenía a David esperándome. Vino a Alcañiz, el pueblo donde
vivo, vio a mi burro, a mis ocas, a mis patos, a mi gato, mis verduras, mis
árboles y luego estuvo comiendo en mi casa. Ahora está buscando tierras por
Castellón. Seguiremos en contacto. Nos volveremos a encontrar por esos tumbos
de la vida. Es curioso. A veces me sorprendo a mí mismo pensando en mis amigos
argentinos, que me están esperando y yo los espero a ellos, a los paraguayos
que están por Seúl, a Robert que sigue soñando con que le guarden una plaza en
el cementerio de Arlington,... Y los imagino a todos dando vueltas por el mundo
esperándome. Nos encontraremos. David se une a ese ejército de breves amigos
con el que nos veremos. Este tipo de amistades son eternas.
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