Dublín.
En Dublín ya había estado. Como iba por poco tiempo mi
mochila llevaba más comida que ropa. No es porque no haya en Dublín, sino
porque pensando en el maratón me gusta llevarme la comida que consumo
habitualmente. Así que llevé mis almendras de mi huerta, la miel que elabora mi
amigo Curro, los plátanos (de Canarias), la avena recomendada por mi hija para
que dure más el efecto de los hidratos de carbono. Y las galletas. Siempre
viajo con galletas de chocolate. Por lo que pueda pasar.
Creo que hace unos años, cuando estuve
anteriormente en Dublín, ya estaba este
buen hombre tocando su guitarra y
cantando con su voz rota, pero firme. Allí seguí. ¿O era otro?
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Escampé lo que llevaba en la habitación de unas chicas que
me acogieron en su casa, previo pago, y pensé que parecía mi hogar de tantas
cosas como había mías por toda la habitación. Sintiéndome en casa me fui al
santuario de la cerveza y la música irlandesa, al Temple Bar, que no es un bar,
sino muchos. Me quedé asombrado, porque a pesar de mi amor declarado por la
Guinness, no tomé ninguna pensando que comenzar podría ser un sin parar y a
Dublín había ido a correr un maratón. Ya llegará el tiempo de las
celebraciones.
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