Mi maratón en Dublín.
Ha sido el que más a gusto he corrido. En ningún momento
tuve sensación de cansancio. Aunque es duro, porque hay algunas cuestas que
parecen muros, fui en todo momento al mismo ritmo. Bueno, al final corrí más,
como si comenzara. El último kilómetro y medio fue de lujo. A esa altura suelo
sacar la bandera española que llevo en un bolsillo durante toda la carrera y
jaleado por el público, pletórico de energías fui adelantando corredores con la
ilusión de que me estuviera esperando el primero a punto de entrar en la línea
de meta y justo una décima antes yo le daba alcance. Lo cierto es que el
primero hacía más de una hora y cuarto que había llegado y a esas alturas ya
estaría descansando en su casa.
Escuchando música irlandesa con gente que llegaba, sacaba
su instrumento y se añadía al grupo.
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Gran parte del recorrido del maratón transcurre por calles
estrechas lo que dificulta el ritmo o lo que te obliga a adelantar a otros
corredores haciendo más metros de la cuenta. Pero se suple con el público, que
donde se concentra, te ofrece dulces, plátanos, naranjas, aplausos y ánimos.
“Chuck Norris nunca ha corrido un maratón”. Era una pancarta que nos situaba
por encima de los ídolos de este mundo.
Una hora después de llegar a la meta, todavía había miles de
corredores por las calles y miles de personas que no habían dejado de animar.
Eran las mismas personas que una hora antes me habían animado a mí. Cuánto amo
a estas gentes desprendidas.
Luego me fui paseando hasta casa, que estaba a unos cuatro
kilómetros. No estaba cansado. Y por la tarde seguí paseando, ya tocaba beber
unas Guinness.
Me fui a un bar recomendado por mi anfitriona, el Cobblestone, que está algo alejado de toda la marabunta del Temple Bar, donde me dijo
que hacían buena música. Y era cierto. Muy buena música con gente que se iba
añadiendo al grupo para mostrar sus habilidades. Fue un rato agradable. Seguí
distante. No hablé con nadie. El ángel de mis relaciones buscó a un francés y
lo trajo hasta mí. Me preguntó, me sacó las palabras y una sonrisa de
complicidad. Estuvimos hablando un buen rato. Era músico, un joven mú
sico que
andaba por el mundo y que ahora le tocaba recalar en Dublín.
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