Las Ramblas de Dublín
Las imágenes que yo identifico con las Ramblas de Barcelona,
de estos personajes que para ganarse la vida hacen de estatuas, u ofrecen otros
espectáculos son comunes a casi todas las grandes ciudades del mundo. Parece
que sea un signo de identidad multicultural. Si una ciudad no tiene Ramblas
pinta muy poco en el ranking de ciudades importantes.
Dublín tiene sus Ramblas. Como en todas las Ramblas hay
espectáculos curiosos, otros repetidos, otros de gente que se va moviendo por
el mundo con su paraguas abierto por el viento y su gabardina abierta y otros
muy dignos. Entre los dignos me llamó mucho la atención el de un japonés que ya
no cumplirá los cincuenta, que recitaba, imagino, unos largos poemas
cantarines, monocordes, acompañándose con un palo como todo instrumento musical
y moviendo su cuerpo con extraña coreografía. Lo hacía con tal dignidad que
parecía estar actuando en un gran teatro. Absorto, sin prestar atención a
ningún viandante, le daba igual que le echaran unas monedas. Él seguía con su
actuación. Era su momento de gloria, era su entrega al público. Un público que
paseaba indiferente. Sólo yo estuve durante más de media hora viendo su
espectáculo. Acabó. Con la misma dignidad recogió sus monedas, se despidió de
la inmensidad del público que había delegado en mí y se fue.
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