domingo, 19 de febrero de 2012

Los zapatos

Hace la friolera de 40 años leí un librillo de pocas páginas, del que no recuerdo ni el título ni el autor, que hablaba de la experiencia de un hombre que vivía en un semisótano. Tenía una ventana por encima de la cabeza que daba a la calle, a la altura de la acera, y por ella veía pasar a decenas de viandantes. Mejor, veía sólo  los zapatos y una pequeña parte de las piernas. Desde su habitación observaba los zapatos y aprendió a distinguir a las personas por ellos. Zapatos de pobres, de ricos, de descuidados, de malcuidados, de trabajadores, de deportistas, desgastados, relucientes,… Me resultó sorprendente la tremenda cantidad de información que poseen los zapatos sobre las personas que los llevan.
Mis zapatos sobre los que se pueden leer muchas historias
y comportamientos. También parte de mi personalidad.

Desde entonces, hace la friolera de cuarenta años, me fijo muy a menudo en los zapatos de los demás y a través suyo consigo alguna información que no logro mirándole a los ojos. Porque hay zapatos mentirosos, delatores, cómplices, que hablan, que murmuran.

Los de la fotografía son mis zapatos. También ofrecen mucha información. Y más a mí. Los compré por 6 euros y con ellos he caminado miles de kilómetros. No exagero. Miles de kilómetros. Y los miles de kilómetros están contados cuando han estado pisando tierra firme, no cuando han viajado.
Soy de los que siempre que puede va andando a todas partes.

Ha llegado el día en el que asfixiados por la vida que les he dado, han abierto la boca tanto para coger oxígeno que se han destripado y han dicho que ya no me acompañaban a ninguna parte.
Mercadillo en Alzilal donde se venden zapatos de segundo, 
tercer o cuarto pie. Lo difícil es encontrar la pareja.



Sin embargo que se hayan separado de mi no marca su final. Ahora han comenzado una nueva vida. Los he dejado en el hotel de Marrakech donde me he estado hospedando. Con su boca abierta y con el polvo acumulado después de una caminata por tierra arcillosa, estoy seguro que ahora irán guiando otros pies por Marrakech. Allí se reutiliza todo. Todo tiene la posibilidad de tener una segunda vida. Agónicamente, pero mis zapatos, quizás limpios, están pateando Marrakech. Larga vida y largas caminatas.

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