Una de las extrañas personas que habitan en Pica Pica, cerca de Trinidad, desplumando un pollo. |
Nada más llegar a
Trinidad he dejado las cosas en la habitación, me he puesto el
pantalón corto y he preguntado en la casa dónde me podía ir
andando. Me han dicho que había una cascada muy bonita, pero que no
debía ir andando sino a caballo. Les he dicho que si un caballo
podía ir yo también, les he preguntado dónde podía tomar el
camino y me he puesto a caminar. Posiblemente haya sido la única
persona que haya ido andando, porque todos los que encontraba por el
camino se asombraban y me insistían que debía ir en caballo. No ha
sido mucha la distancia, unos ocho o nueve kilómetros de ida y luego
volver.
He pasado por un lugar
denominado Pica Pica donde vivía una extraña familia que al verme
caminando se ha dispuesto a ensillar el caballo para llevarme. Cuando
les he dicho que quería llegar andando, me han asegurado que no
podría llegar, que mejor me fuera por otro lado a un lugar
denominado el Rancho. Era una familia siniestra, con machete al cinto
(es lo habitual en el campo), con el comportamiento típico de las
personas que viven aisladas, hurañas. No iba a discutir con ellos y
me he ido donde me habían dicho. Allí he preguntado y me dicen que
no les haga caso y pase por donde ellos están si quiero llegar a la
cascada.
Al final de la caminata estaba la refrescante recompensa. |
Con cierto temor,
viniéndome a la mente la posibilidad de ser la víctima del Puerto
Hurraco cubano, me he encaminado otra vez hacia su propiedad,
pensando en cómo reaccionar cuando me volvieran a ver pasar. No ha
pasado nada. Esta vez me han indicado el camino correcto, en el
anterior encuentro me habían indicado otro, he pasado y he llegado a
un lugar donde el guardia de la cascada cobraba cinco euros por ir a
verla.
La senda que llega hasta
la cascada y las pozas que hace son bonitas, he echado un baño, he
estado hablando con Flo, un francés bastante alocado y de vuelta a
casa.
Un colombiano le ha gustado el pullovercito (camiseta) que llevo puesta y me ha ofrecido a cambiio la suya, unos puros y los daikiris que quisiera. No ha habido trato. Eso debe ser el inicio de mi buena suerte porque por el camino he encontrado dos herraduras. Algo normal porque hay más caballos que jinetes y muchos más que andarines. Lo difícil es encontrarse un zapato.
Aún no he visto Trinidad, salvo en la que hoy es mi casa.
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