Mi casero se preocupa
mucho por mí. Como sabe que no voy a coger el autobús en el que van
los turistas y él me recomienda, antes de las ocho de la mañana se
ha acercado hasta la estación para ver si me encontraba un taxi decente, aunque sea compartido, dejando aviso de que si había alguno que iba para
Trinidad que pasaran por casa a buscarme.
Agradeciendo el interés que se ha tomado y que me tiene como un hijo un poco rebelde, para no decepcionarle, antes de que viniera nadie
ya me he despedido y me he ido a buscarlo yo dispuesto a esperar
leyendo un buen rato.
Pero en dos o tres minutos entre todos los
taxistas me han encontrado lo que debe ser el sueño del que viaja en
taxi. Me han proporcionado un taxi lujosísimo, para mí sólo y al
precio del compartido. Resulta que al taxista le estaban esperando en
Trinidad unos extranjeros para llevarlos y debía irse
inmediatamente, si además sacaba seis dólares, miel sobre hojuelas,
así que me ha llevado, él encantado y yo muchísimo más. Sobre las
once y media de la mañana ya estaba en mi nueva casa.
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