Lo de la derecha es el arroz extendido en la carretera para que
se seque. Los coches pasan por encima cuando viene otro de
frente.
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Resulta bastante cómodo
moverse por Cuba con taxis compartidos. Te van a buscar a casa, más
o menos a la hora acordada, y te llevan hasta tu destino, si lo
sabes. Yo como no sabía dónde me iba a hospedar llegué hasta el
centro de la ciudad.
Los desplazamientos
también son interesante, por la sucesión de paisajes, la sucesión
de pueblos con construcciones similares pero donde se podía apreciar
la riqueza por los mejores acabados exteriores.
Pasamos por una zona de
abundantes cocodrilos, que huyen de la gente y pasamos por encima de
kilómetros de grano de arroz extendido sobre el asfalto. Los
agricultores extienden el arroz sobre el asfalto, ocupando la mitad
de la calzada, circulando los coches por la parte libre, excepto
cuando se cruzan con otro que circulan por encima del arroz
extendido.
Son lo secaderos cubanos.
Siempre sorprendido.
Con música y ron, ambos generosamente tomados, se hace
corta la espera de la madrugada.
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En Matanzas me esperaba la
agradable sorpresa de un concierto de música de un grupo de jóvenes
que resultaban encantadores por la candidez de su pubertad. La
actuación estaba programada para las cinco de la tarde, pero no
comenzó hasta que llegó un autobús urbano con unos interesados en
verlo, unas treinta personas, pasadas las seis y media. Es el sentido
del tiempo, de la espera, de las colas cubanas. Es otro ritmo.
La noche acabó con otro
concierto que inició un trovero, Ernesto Pita, que dijo que venía
de actuar en España y un dúo acompañado de bajista y percusión,
del que no tomé el nombre que fueron muy buenos y de lo más innovadores de lo
que he escuchado en música, con una habilidad portentosa a la hora
de manejar las guitarras.
Con un ron y la música,
pasada la medianoche, acabé la jornada alojándome en casa de Alma,
que es un lugar recomendable, de la poca gente profesional que se
encuentra en los alojamientos particulares.