Día apacible. Tranquilo. A veces la normalidad parece extraña, como si todos esos mundos indeterminados, incontrolados, dispersos que nos rodean, se remansaran y acabaran al mismo ritmo de uno, flanqueándome, acompañándome en mi discurrir. También puede ocurrir que lo extraño se convierte en habitual.
Tomando un plato de sopa caliente en compañía de Martina y Jayko (escrito de oídas, o sea que no se corresponderá con la forma de escribir su nombre, cosas de los alemanes). |
Este es el primo marroquí de Imanol Arias. Así se presenta a todos los españoles que circulamos por la plaza de Marrakech. |
Es la normalidad, lo cotidiano de la plaza central de Marrakech. Poco extraña. O quizás resulte extraña la cotidianidad de otros lugares. Esto no casaría con la vida de Las Ramblas de Barcelona. Sería extraño. Muy extraño.
Hay muchas cotidianidades. Cada lugar tiene la suya.
Yo también he tenido la mía particular. Hoy ha llegado la pareja de Martina y tres amigos más. Todos ellos muy alemanes y muy buena gente. Con Herbi he tenido largas conversaciones en un idioma propio. Palabras en alemán, en español, en italiano, en francés, gestos, cantos de ópera para explicarme que trabajaba gratis como figurante de óperas y de vez en cuando “mi corazón palpita como una patata frita”, que era la frase que sabía en español porque un amigo suyo, que también colabora en las óperas como figurante, se la había enseñado.
Vendedores de agua, que actualmente sólo venden fotografías a los turistas. Le ponen el gorro, se hacen la foto y 10 dirhams. |
Hay días muy normales.
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