Últimas imágenes de Castro Urdiales antes de comenzar a dar
pedales
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La bici tiene sus ventajas, pero como
es una máquina puede romperse. En todo el Camino no me falló en
ningún momento, pero pensando en lo que le esperaba comenzó a
mostrar ciertos achaques nada más salir del coche en el que el amigo
de mi hija la trasladó hasta Castro Urdiales. Lo primero que eché
en falta fue un tornillo que debería servir para sujetar la rueda al
eje. Sin eso no podía dar una pedalada. Lo buscamos en todos los
pliegues de la tapicería y no lo encontramos. Normal, doce días
después lo encontré en mi casa, se me había caído al ir a
montarla en el coche. También tenía un radio roto. Yo que suelo
comenzar a pedalear sobre las siete de la mañana, debía retrasar la
salida hasta que abrieran una tienda para arreglar las averías, que
resultaron ser muchas más. Las zapatas las tenía desgastadas y dos
al revés, el cambio no estaba ajustado y alguna cosa más que
encontró el mecánico que le echó un vistazo.
Con la bici puesta a punto salía de
Castro Urdiales poco antes de las once de la mañana. Como este año
me he propuesto no hacer demasiados kilómetros cada día, esta era
una buena excusa. Ya llegaría a mi destino que había previsto en
Güemes.
Pertrechado con el impermeable y el moquero para que no se
me mojara la nuca.
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Como estaba en el norte, correspondía
una salida en condiciones y fui acompañado por la lluvia un buen
rato. Un amigo me había dejado un gepeese para que no me perdiera,
pero pensé que no podía prescindir del aliciente de no saber dónde
me encuentro. Así que no le llegué a poner ni las pilas.
Sólo, medio perdido, sobre la
bicicleta, sin programa, sin horario y lloviendo era la mejor forma
de comenzar. Insuperable. Para que dure más esta sensación voy
despacio. Los placeres hay que saber saborearlos.
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