Por qué en bicicleta
Hacer el Camino caminando lleva un
ritmo que no se adapta a mi forma de vivir. Es demasiado lento, la
capacidad de reacción es escasa. Si no puedes quedarte en un lugar
debes caminar al menos durante un par de horas para encontrar otro.
Además la gente con la que te comunicas suele ser la misma, porque
todos llevan un ritmo semejante. Son demasiados días haciendo lo
mismo y yo necesito vivir algo más deprisa.
La bicicleta da un ritmo vivo a las
visiones, te permite parar en cada rincón, puedes ir en muchos casos
por los mismos lugares que los peatones, puedes ir casi por los
mismos que los coches, puedes desviarte de la ruta sin que suponga
una penalización en horas. Puedes utilizar la bicicleta para
desplazarte por las ciudades en busca de cualquier cosa que
necesites, desde un restaurante o supermercado a un museo o una cita.
En estas fechas han sido pocos los que
piensan lo mismo, pues en muchos albergues he sido yo el único
ciclista y los que me he ido encontrado a lo largo del Camino han
sido pocos, pero de ellos hablaré en su momento.
Mi bicicleta es vieja, ya debe estar
dentro de los vehículos históricos. He encontrado a otros ciclistas
observándola con interés viendo como carecía de los cambios
atómicos, de cualquier tipo de amortiguación. Mis frenos son las
zapatas de toda la vida, el cuadro pesa lo suyo, las alforjas van
sujetas con unos pulpos,... Entre los dos se produce cierta
complicidad que a veces me hace confundirla con un animal doméstico.
Es lo que tiene la continua convivencia en soledad. Creo que ya he
escrito que el precio que hay que pagar por la libertad es la
soledad. Pero es un precio que pago muy a gusto, aunque ello me lleve a hablar alguna vez a mi bicicleta
.
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