Albergue de Güemes
A pesar de ir despacio, recreándome en
paisajes y arquitecturas, llego temprano al albergue de Güemes que
es uno de esos de ambiente guay, con excelentes instalaciones, zona
de césped, biblioteca, cocina, ermita, cena y desayuno comunitario y
charla ecuménica
Instalaciones del albergue, con la coreanica de piel muy oscura
primer término.
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En la charla ecuménica he disfrutado. La verdad es que en la vida he
aprendido a disfrutar de casi todo. Observaba a un chaval con pintas
de batasuno aguantando chapa, un traductor que daba forma inglesa a
lo que el mosén decía,
inventándose alguna que otra palabra, unos anglófonos que decían que si cuando querían decir yo no me entero de nada. Con mi limitado inglés le he tenido que explicar a una australiana de qué iba la charla, lo que me ha llenado de más orgullo y satisfacción que a todos los borbones juntos.
La cena ha sido un momento de
convivencia políglota. Una coreana que aprendía con avidez español,
una australiana a la que expliqué lo que había dicho el mosén, una
alemana que se mosqueaba porque no aprendía a la misma velocidad que
la coreana, un italiano que mantenía conversaciones en todos los
idiomas sin hablar ninguno, dos primos catalanes que no eran primos,
un vino, que no creo que estuviera muy bueno, pero que servía para
brindar cada vez que había una nueva incorporación a la mesa, lo
que lo convertía en gran reserva y mi interés en que todos los
extranjeros aprendieran español. Muchas risas combinando cuchillos
con manzanas con nombres de cada cual.
La hora de la cena en la mesa políglota, (con muchas glotis). |
Acabada la cena todos desaparecen como
por encanto en unos minutos. Me quedo yo solo en busca de tertulia,
pero sólo la bicicleta y la luna están dispuestas a platicar
conmigo.
Por la mañana, veo a la coreana y le
saludo: “buenos días manzana”, se ríe y me contesta: “buenos
días naranja”.
Es la brevedad, la intensidad vivida.
Con toda seguridad no nos veremos nunca más. Nos quedan los
recuerdos.