Buscaba un lugar donde
cenar en Matanzas, un lugar de gentes cubanas, no extranjeros, y
entré en uno donde cuatro camareras estaban sentadas en una mesa,
sin ningún cliente. La plantilla de ese restaurante de poco éxito,
la completaban dos cocineros, que estaban sentados en un parque
cercano, una limpiadora que había decidido ser hombre y ahora exigía
que le llamasen limpiador y un encargado.
La plantilla de camareras. Con cuarenta euros al mes se paga
el salario de todas y aún sobra dinero.
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Tenían ganas de
hablar, pero no de trabajar. Su “carta” era exigua, pedí una
cosa y me dijeron que no había, como hablamos desenfadadamente
hicieron un esfuerzo por mí y llamaron al cocinero, que todavía
estaba en el parque para que me lo preparara. Luego entraron otros
clientes y les pidieron que encendieran el aire acondicionado,
contestaron que no sabían. Yo les dije que cómo no iban a saberlo
si trabajaban allí. No lo sabemos, contestaron. Claro que lo sabéis,
además lo pagan los hermanos Castro (el restaurante es del estado),
les dije. No ellos no lo pagan, lo pagamos nosotras ¿cómo vosotras?
El consumo de aire acondicionado se lo descontaban de su sueldo para
que gastaran el menos posible, lo que explicaba la respuesta de que
no quisieran encenderlo.
Aquí van los datos que
explican su actitud: trabajan doce horas diarias, desde las diez de
la mañana a las diez de la noche, cobran 225 pesos cubanos, lo que
supone unos 8,5 euros. No hay error, ocho euros y cincuenta céntimos,
al mes y algún mes les han llegado a descontar, a cada una, hasta
100 pesos de su salario por el uso del aire acondicionado.
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