Mi burro y yo. Capítulo V.
Cuando el camino se hizo camino en vez de sufrimiento, comenzamos a encontrarnos a gusto los dos. El ritmo era bueno, a unos cinco kilómetro por hora y las paradas para ir comiendo brotes de cañas los íbamos negociando cada poco tiempo, haciéndole saber a Einstein, mi burro, que no podíamos hacer muchas paradas porque se nos iba a hacer eterno. Aceptó.
Había previsto que abrevara en una balsa que hay a un par de kilómetros de Valdealgorfa. Paramos, pastó, pero pasó de beber agua. No bebió ni un sorbo a pesar de que le acerqué, le tiré piedras al agua para que viera las ondulaciones, por si no entendía que eso era agua, le llené el pozal y se lo puse delante de sus morros. Dijo que no. Y no bebió. A pesar de que llevaba agua para Einstein todavía nos quedaban unos veinte kilómetros antes del siguiente punto que había previsto para que pudiera abrevar. Así que seguimos.
Durante el camino nos fuimos encontrando con labradores con los que conversamos del pasado, presente y futuro de los burros.
En la estación de Valdeltormo paramos a comer. Einstein pasto fresco, sin alforjas y a su aire. Yo tortilla con tierra y piedras y abundante vino para que el alcohol fuera distrayendo a las bacterias.
Más contentos que por la mañana seguimos camino de Torre del Compte. Nos cayó un buen aguacero. Había previsto dormir en la tienda de campaña, pero con el agua que caía y teniendo en cuenta que desviarnos hasta el pueblo suponía una buena vuelta, consultado con Einstein optamos por hacer noche en un hotel que está junto al camino, La Parada del Compte. Einstein en un hotel de cuatro estrellas.
Antes lo acerqué al río Matarraña para que abrevara y ha dicho que con el agua que nos había caído encima ya tenía bastante. Seguía sin beber.
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