Ahora podría estar llorando
abiertamente la muerte de mi hija, o haciéndolo a escondidas
mientras la empujaba en una silla de ruedas y le sonreía dándole
palabras de ánimo. Pero gracias a la Providencia sólo tengo
sonrisas porque Violeta, mi hija, está fresca y sana.
A Violeta la han operado de escoliosis.
Una intervención brutal en la que le han abierto la espalda desde el
cuello hasta el culo para atornillarle las vértebras a dos columnas
de titanio. Antes de la operación el cirujano nos dijo que tenía
cuatro posibilidades, aunque no en el mismo porcentaje, morir, quedar
tetrapléjica, quedar parapléjica o sobrevivir. Violeta, con la
inestimable ayuda de los cirujanos, se agarró a la última y así me
ha ahorrado muchas lágrimas. Todas las lágrimas.
Salgo a correr habitualmente. Desde
hace meses lo hago de madrugada, a las seis o las siete de la mañana,
todavía noche cerrada. Antes de la operación he ido corriendo y
llorando desconsoladamente hasta temer quedarme sin lágrimas. Cuando
salí a correr por los mismos caminos después de la operación tenía
ganas de llorar de alegría y a la vez para reírme de los lloros
pasados, pero no pude. Sólo la sonrisa acudía a mi cara. Sólo la
sonrisa que ya no puedo borrar porque ahora podría estar llorando
abiertamente la muerte de mi hija y sólo sonrío. Sonrío.
A Violeta la operaron en Zaragoza. Un
día antes de la intervención, un miércoles, estando ya ingresada
en el hospital, me fui a apuntar a una carrera para el siguiente
domingo. Fue la carrera más esperada de mi vida. La más deseada. No
me inscribí para creerme que habría continuidad pasara lo que
pasara. Lo hice porque debía correrla, debía hacerlo porque todo
debía salir bien. Si no corría estaría llorando sin lágrimas,
desconsolado sin remedio. Me lesioné antes de la carrera, pero debía
correrla, cogí un resfriado mundial, pero debía correr. La
operación había salido bien y salí a correr riéndome del dolor
que tenía en la pierna derecha, riéndome de los mocos que me salían
como manantiales de mis narices. Faltando un kilómetro para la meta
la pierna me dijo que hasta aquí habíamos llegado, pero yo le dije
que se venía conmigo hasta el final, y a regañadientes, medio
arrastras llegó conmigo. Iba a llorar de alegría, quería llorar de
alegría, pero no me quedaban lágrimas, sólo sonrisas. Arrastrando
la pierna rebelde sonreí cuando entré en meta y recordé a Violeta
un par de horas antes, en la cama del hospital, cuando le dí un beso
antes de irme a la carrera, que con su dolor, con su malestar, con el
cuerpo lleno de medicamentos que la tenían sedada, sacó de entre
las sábanas sus dos dedos de la mano derecha para lanzarme el grito
más hermoso, más grande y callado que he escuchado nunca. El grito
de sus dedos en forma de V deseándome la victoria. Todo estaba
ganado antes de salir. La victoria ya la estábamos disfrutando.
Habíamos ganado porque podría estar llorando ignorando que estaba
apuntado a una carrera.
La operación fue el 26 de noviembre de 2015.