lunes, 30 de junio de 2014

La Vía de la Plata. Llegada a Sevilla. (2)
Después de 58 años sobre la tierra, unas cuantas aventuras y una vuelta al mundo, me conmueve mi padre dándome consejos sentidos cada vez que me voy de viaje sobre precauciones que debo tomar o cómo superar dificultades.

De las dos de la tarde a las dos de la mañana estuve hablando y escuchando historias que podían haber estado truncadas. Pero eso es otra historia.

En el viaje en AVE me di cuenta de lo absurdo que resulta a veces la tecnología. Una puerta, la de toda la vida, si no abre bien, empujas con fuerza y a otra cosa. Pero es mucho más complicado abrir una puerta automática, cuando no se abre. Le pasó a un pasajero. La puerta, no lo detectó y no se abrió cuando pretendía pasar de un vagón a otro. No era posible el empujón, así que el pasajero, iba hacia delante, hacia detrás, para que el detector lo reconociera y se abriese la puerta, pero no había reconocimiento. Luego viene eso de bracear, como si saludaras al enanito que está metido dentro del detector diciéndole, que estoy aquí, que quiero pasar. Y el enanito de siesta. Buscando detectores por otras partes, a la altura de las rodillas, coordinando brazos, manos y piernas a un ritmo de música inexistente. Y la puerta cerrada. Le salvó que el enanito del otro lado de la puerta estaba despierto y le abrió a uno que venía en sentido contrario y así pudieron pasar los dos. 

domingo, 29 de junio de 2014

La Vía de la Plata.


Es conveniente decir qué es la Vía de la Plata. Son una serie de caminos que unen Sevilla con Santiago de Compostela. Es una forma de simplificarlo, pues no es cierto, puesto que la Vía de la Plata son caminos que enlazados unos con otros pueden trasladarte desde el sur hasta el norte (o viceversa) y tanto el sur como el norte son puntos indefinidos. Puedes encontrarte con quien diga que va hasta Santiago, otros que acaba en Gijón, otro que enlaza en Astorga con el camino que viene de Roncesvalles.

Tendré que ir pensando en poner un nombre
a mi montura. Ligero de equipaje y con la misma
ropa que iba lavando cada noche.
Como todos tienen razón, se la voy a dar. Yo fui desde Sevilla hasta Santiago de Compostela. En la mayoría del trazado coincide con el camino, en otras ocasiones coincide con otros caminos, en otras con zonas de trashumancia,… Todo esto he ido pisando.
El recorrido lo he hecho con mi vieja bicicleta, que la sigo conservando porque dentro de un par de años la van a considerar histórica e igual me ofrecen por ella un pastón. Hasta que ese día llegue nadie la quiere ni para aprovechar las zapatas como repuesto. Como de lo que se trata es de dar pedales, le hecogido cierto cariño encontrando la parte animista que debe contener. A veces la veía vieja, renqueante, suspirando con extraños ruidos de hierros y sirgas en las cuestas, llevándome las alforjas, sucia, polvorienta, sumisa, dispuesta en todo momento a reanudar la marcha o pararse según mis deseos y también le veía una humanidad cómplice que me unía a ella. La relación no llegó a mucho más, pero fue suficiente.

La envíe delante de mí a casa de unos buenos amigos sevillanos, de forma que cuando llegué, allí estaba, medio desmontada, pero dispuesta. En todo el recorrido no nos hablamos. Cada uno íbamos a lo nuestro. Se ha comportado, muchas quejas pero ni un solo pinchazo.

viernes, 27 de junio de 2014

Epílogo.

Mi burro y yo. Epílogo
Mientras se iban publicando los diversos capítulos de mi caminata con Einstein, mi burro, hasta Bot, yo había iniciado otra caminata, esta vez a lomos de mi vieja bicicleta recorriendo los caminos que unen Sevilla con Santiago de Compostela.  Habrá crónica.
Einstein, mi burro, estuvo unos días atendido por mi hija, pero sin duda me echaba de menos.
Cuando llevaba unos ocho días fuera la policía llamó a mi hija: “el burro de tu padre se ha escapado”, a lo que mi hija contestó que el burro de su padre no se había escapado, que se había ido voluntariamente a Sevilla con la bicicleta. No me refiero al burro de tu padre, sino al burro que tiene tu padre. Aclaradas las cosas, mi hija se fue en busca de Einstein.
Einstein había iniciado el camino de Bot. Había cruzado el denominado tercer túnel de Alcañiz, sin visibilidad, en curva de más de trescientos metros y había dirigido sus pasos haciendo el mismo recorrido que habíamos realizado juntos unos días antes. Quiero entender que buscándome. Cuando escuchó a mi hija, fue rápido a su encuentro y aceptó volver al redil. Siguiendo la iluminación de la linterna volvió a su casa cuando aceptó que mi hija no le mentía diciendo que en unos días volvería.
Y es que hay amistades fieles. Ya se ha producido el reencuentro. Ya ha saltado, ha lanzado sus patas traseras al aire al verme, ha rebuznado para que supieran a los cuatro vientos que volvíamos a estar juntos. Hemos salido a pasear, un corto paseo hasta pastos frescos. Y es que a Einstein le gusta la rutina o como mucho las aventuras controladas.

Vuelta a casa

Mi burro y yo. Capítulo XI
Salimos temprano de Bot de vuelta a casa y sin un programa definido. Donde se nos haga de noche pararemos a dormir y ya está. Teníamos comida para los dos y pan de la madre de mi antiguo compañero de clase, así que comenzamos a hacer camino.

Einstein, intuyendo que la dirección del camino le devolvía a su casa, comenzó a andar con alegría, más rápido que los dos días anteriores, así que entre lo temprano que salimos y el buen ritmo, llegamos a comer a Torre del Compte, el lugar desde donde habíamos partido la mañana anterior. Nos hicimos treinta kilómetros en una mañana. Descansamos, Eisntein pastó a placer, porque en todas partes hay pasto abundante y Einstein no le hace ascos a casi ninguna hierba y entonces decidí que podíamos intentar llegar hasta casa. Nos quedaban treinta y cinco kilómetros. Lo podíamos intentar. Einstein me dijo que lo podíamos intentar, pero no me aseguraba nada, esas burradas él no las había hecho nunca.

Le ofrecí agua para que se hidratase en previsión de los kilómetros que nos quedaban, pero sólo bebió un poco. Así que le engañé. Le eché unos granos de maíz en el fondo del cubo de agua y al intentar cogerlos se bebió medio cubo.

La decisión de volver sin llegar a Tortosa fue acertada. El camino de vuelta, ya conocido, era todavía más aburrido. Gran parte lo pasé mirando al suelo porque no había ningún atractivo que ver más allá de unos segundos cuando la imagen se quedaba clavada durante media hora o incluso en alguna recta durante una hora.

Haciendo camino llegamos a Valdealgorfa a una hora prudencial. Sobre las ocho de la tarde. Nueva parada, pasto hasta hartarse y vuelta a casa. Nos quedaban unos 14 kilómetros. No merecía la pena quedarse a dormir por el camino, así que asegurándole que íbamos a ir al ritmo que él quisiera y que no le iba a insistir iniciamos el último trayecto.

Al poco, Violeta, mi hija, que estaba al tanto de todos nuestros pasos vino con el coche hasta nuestro encuentro y se llevó las alforjas de Einstein, que apenas le pesaban, pero para que fuera más cómodo.

Cuando llevábamos un par de kilómetros Einstein comenzó a acusar el cansancio. Su ritmo era más lento, se sentía incómodo con el suelo, prefería ir por terreno más blando y suelto y en este trayecto no lo había. Comenzó a agachar la cabeza. Cada pocos pasos le animaba, me miraba y decía ¿pero aún falta mucho? Le engañaba, pero poco. No quería que perdiera la confianza en mí y a su vez que creyera que le faltaban pocos esfuerzos.

Cada dos pasos lo miraba y decía ¡que no saque la lengua pordiós como los burros maltratados que había visto en Marruecos! Einstein cabeceaba. Cada poco parábamos para que comiera cañas tiernas, brotes de hierbas y algún bocado de alfalfa silvestre.

Las rectas sólo tenían principio. Los kilómetros habían perdido el ritmo del paso. Yo mismo perdí las referencias en la noche cerrada. Intuía un arco y le decía, después de aquel arco ya viene un túnel y poco después llegamos. Pero era otro arco distinto al que deseaba.

A las once y media de la noche, desde las siete y media de la mañana llegamos a nuestro destino. Cerca de 65 kilómetros de una tirada. Le di todo el maíz que me quedaba en el bolsillo y nos despedimos hasta el día siguiente.

Al día siguiente, cuando fui a velo tuve que explicarle que no salíamos de excursión, que sólo lo llevaba unos metros a buscar un pasto más fresco, como lo llevo todos los días. Me miró con recelo, se lo tuve que repetir y sabedor de que no le engañaba me siguió.

Haremos otras excursiones, pero más cortas, más divertidas y de un solo día, le dije. Ahora déjame descansar me contestó.

Mi amigo Alberto ya está preparando rutas para ir los tres Albertos; Alberto, José Alberto y Albert Einstein.

Llegada a Bot.

Mi burro y yo. Capítulo X
Junto al camino de la vía, poco antes de llegar a la población de Bot hay un camping. Y justo cuando entramos en el camping nuevamente comenzó a llover. El gerente, muy comprensivo, enseguida buscó sitio para Einstein, pero no tenía nada a cubierto, así que lo tape con una manta y un plástico para pasar la siguiente tormenta.

También fue comprensivo conmigo el gerente y me buscó alojamiento para que no tuviera que montar la tienda de campaña bajo el chaparrón. Buena gente.

Bajo un diluvio, tanto que me vieron andando y me llevaron en coche para recorrer unos cuatrocientos metros, me acerqué hasta la población de Bot a por provisiones para mí, pues ya estaba cansado de comer tierra que crujía entre mis muelas. Hablando con la panadera le dije que había estudiado conmigo en los escolapios de Alcañiz un chico de Bot, hacía cuarenta y cinco años. Como no podía ser de otra forma era su hijo, que ahora vivía en Barcelona.

Einstein pastó hasta hartarse en el camping Terra Alta de Bot.

Durante todo el trayecto he llevado maíz en un bolsillo y de vez en cuando le he ido dando un puñado. El maíz le encanta, le vuelve loco. Generalmente se suele decir que las cosas que le gustan hay que dárselas como recompensa para que vayan aprendiendo. Yo se lo he ido dando de vez en cuando, sin ningún motivo, sin ser premio, sólo para que supiera que yo me preocupaba por él y le daba lo que le gustaba. Creo que me ha funcionado, pero de lo que estoy seguro es de que Einstein agradece que le vaya dando maíz a discreción

La tormenta y los túneles

Mi burro y yo. Capítulo IX
Después de proclamar que Einstein, mi burro, es universal, después de que abrevara de las aguas del Algars, seguimos camino de Horta de San Juan, donde comimos, en la vía, no en la población. Einstein pastó a gusto entre hierbas que le llegaban a la babilla (todas las hierbas le llegan a la baba porque se agacha para comerlas, la babilla es la rodilla de burros y caballos). Le hicieron fotos ingleses que iban en bicicleta. Volvimos a encontrarnos con los chicos del burro universal.

Las nubes estaban más negras que la crin de Einstein. Alguien nos dijo que no nos preocupáramos si llovía porque íbamos a entrar en la zona de los túneles y nos podríamos refugiar.

Pronto comenzó a llover débilmente y seguimos caminando, luego fue un aguacero y Einstein dijo que por ahí no pasaba. Que no se mojaba. Lo entendí, pero no quiso moverse. Ni para adelante, ni para detrás. Clavado entre medio de dos túneles, yo tirando para donde quisiera caminar y Einstein en huelga de patas clavadas. A estirones y amerados, a duras penas conseguía mover sus cerca de trescientos quilos de tozudez. Su terquedad se pronunció cuando tuvo que pasar una franja negra de alquitrán. Y es que Einstein es miedoso y asustadizo y aquello que no controla lo saca de sus casillas.

A pura fuerza, cambiando los papeles que tradicionalmente se nos han dado a burros y humanos, tiré de él hasta que logré desandar los 400 metros que nos separaban del túnel. Le quité las alforjas, lo cepillé para que se relajara y entendiera que sólo quería lo mejor para los dos y allí estuvimos un buen rato hasta que amainó, haciendo planes de dormir en el túnel si no paraba en toda la tarde.

El miedo le volvió a Einstein al cuerpo cuando pasamos un túnel que estaba iluminado. La luz cenital producía en su sombra la sensación de que su propia sombra le adelantaba. Einstein que veía cómo salía de sus patas una sombra de burro con las orejas tiesas que le adelantaba, no entendía nada y comprendía que si dejaba de andar, la sombra cedía en su intento de adelantarlo, así que como mal menor se paraba para no ser sobrepasado por ese extraño ser que tenía su misma silueta. Vuelta a intentar razonar, a tranquilizarlo, a cepillarlo y a tirar de él hasta que lo asimiló como un fenómeno no dañino de la naturaleza y aún viendo salir de sus patas más y más burros que parían continuamente a cada foco, entendió que no lo llevaba por mal camino. Menos mal, porque son unos cuantos los túneles que tuvimos que pasar hasta llegar a Bot.

Einstein, un burro universal.

 Mi burro y yo. Capítulo VIII.
Einstein tiene pasaporte. No es broma. Cualquier burro, por ley, necesita un pasaporte para desplazarse. Es de apariencia semejante al de los humanos, pero un poco más grande de tamaño. Tiene el pasaporte desde hace poco tiempo y precisamente la fecha de salida ha sido la que ha sido porque ya podía desplazarse legalmente.

La primera frontera que íbamos a cruzar era la del río Algars que separa Aragón de Cataluña. Me hacía ilusión que me dijeran que era un burro catalán para contestarles que era universal.

La ocasión llegó sobre el mismo puente fronterizo. Un grupo de monitores y alumnos iban por debajo del puente en bicicletas. Cuando nos vieron nos pidieron hacerse unas fotos con nosotros. Nos juntamos e inmediatamente los escolares rodearon a Einstein, que se sentía muy feliz con tanta atención como despertaba. Enseguida alguien dijo que era un burro catalán. No dije nada, pero un niño me lo preguntó, ¿es un burro catalán? Y le contesté; no es un burro catalán, es un burro universal. A voces se divulgó enseguida entre los chavales “no es un burro catalán, es un burro universal, es un burro universal”.

No sé si lo imaginé, si lo quise imaginar, si me apetecía imaginarlo o si fue verdad, pero creo que algún monitor que antes departía amablemente conmigo, cuando supo que Einstein era universal cambió el trato. Pudiera ser que fuera imaginación o un mal deseo mío.

Camino de Bot

Mi burro y yo. Capítulo VII.
En estos momentos de soledad compartida, ya que la mayor parte del tiempo cada uno vamos a lo nuestro, uno pone orden al armario de su cabeza. Y me doy cuenta de que aunque encuentro las cosas que busco en mi mente, el desorden que hay es tremendo, no hay ninguna estantería recta, alguna puerta está siempre abierta y otras hay que empujarlas hacia adentro para que cedan y se abran hacia fuera. Así que el camino también va bien para ir haciendo algún ajuste en el armario de mi cabeza.

Como dato menor, pero dentro de esos ajustes, veo un tornillo suelto en el proyecto que estamos llevando Einstein, mi burro, y yo.

Habíamos previsto ir andando hasta Tortosa y luego volver también andando. Pero el camino es aburrido. Rectas, una curva abierta y otra recta inmensa que nos puede costar media hora para luego tomar otra recta igual. Y además luego habrá que volver sin más alicientes. Así que pienso en llegar a Bot y volver, sin necesidad de ir hasta Tortosa.

Lo consulto con Eistein y se encoje de lomos. Le da igual. Se lo razono y me contesta que haga lo que quiera. Así, que si algún otro tornillo no me juega una mala pasada iremos sólo hasta Bot.

Parada del Compte. Noche de lujo

Mi burro y yo. Capítulo VI
Einstein no le hizo ningún asco a la Parada del Compte, a pesar de tener sólo cuatro estrellas y él estar acostumbrado a las miles de estrellas de la noche. El chicoparatodo del hotel no paraba de llamarme caballero, sin entender que era burrero. Comenzamos a negociar y después de ofrecerle los servicios de Einstein, mi burro, para que les dejara el césped igualado, para que les desbrozara las zonas de hierbas y para que les abonara las plantas, llegamos a un acuerdo monetario y el servicio del hotel nos salió un poco más económico de lo que marcan las tarifas de oferta.
Einstein realizó todas las tareas con verdadero placer y entusiasmo, aunque alguna vez no dejó el abono en el sitio adecuado, y no contento con ello aún estuvo toda la noche organizando las mesas y las sillas de los veladores, que nunca le agradaban donde estaban. Las ponía para arriba, para abajo, de lado. Al final, desistió y las dejó todas revueltas.

A Einstein le encanta revolcarse en la tierra y las piedras. Su momento preferido es cuando acabo de pasarle el cepillo por todo el cuerpo. Se siente limpio y aseado, sólo le falta desparasitarse y se da volteretas en la tierra removida. En la Parada del Compte tuvo el lugar perfecto, pues las piedras de grava le rascaban en los lomos, así que se volteó cuantas veces quiso.

Por la mañana, con las alforjas bien puestas, contribuyendo el propio Einstein a que se las atara en condiciones, comenzamos nuestra nueva etapa con renovada alegría.

Yo no canto nunca, por decencia, para no herir. Pero como vi que Einstein estiraba las orejas cada vez que yo balbucía un intento desentonado de nota musical, fuimos haciendo camino a ritmo de vocalista blanco de jazz. Mi voz está hecha para la exquisitez de los burros.

De Alcañiz a Torre del Compte. El camino.

Mi burro y yo. Capítulo V.




Pasado Valdealgorfa en vez de cruzar por el túnel de cerca de tres kilómetros fuimos por la carretera que lo salva. Allí, con pendientes del 7%, Einstein me dijo que eso no estaba en el convenio y tuve que tirar de él para que subiera.

Había previsto que abrevara en una balsa que hay a un par de kilómetros de Valdealgorfa. Paramos, pastó, pero pasó de beber agua. No bebió ni un sorbo a pesar de que le acerqué, le tiré piedras al agua para que viera las ondulaciones, por si no entendía que eso era agua, le llené el pozal y se lo puse delante de sus morros. Dijo que no. Y no bebió. A pesar de que llevaba agua para Einstein todavía nos quedaban unos veinte kilómetros antes del siguiente punto que había previsto para que pudiera abrevar. Así que seguimos.

Durante el camino nos fuimos encontrando con labradores con los que conversamos del pasado, presente y futuro de los burros.

En la estación de Valdeltormo paramos a comer. Einstein pasto fresco, sin alforjas y a su aire. Yo tortilla con tierra y piedras y abundante vino para que el alcohol fuera distrayendo a las bacterias.

Más contentos que por la mañana seguimos camino de Torre del Compte. Nos cayó un buen aguacero. Había previsto dormir en la tienda de campaña, pero con el agua que caía y teniendo en cuenta que desviarnos hasta el pueblo suponía una buena vuelta, consultado con Einstein optamos por hacer noche en un hotel que está junto al camino, La Parada del Compte. Einstein en un hotel de cuatro estrellas.

Antes lo acerqué al río Matarraña para que abrevara y ha dicho que con el agua que nos había caído encima ya tenía bastante. Seguía sin beber.

Primera etapa. Desde Alcañiz a Torre del Compte. La salida.

Mi burro y yo. Capítulo IV
Como Einstein no está acostumbrado a verme tan temprano, se mosqueó. ¿Qué pasa aquí? Te lo he dicho varias veces. Nos vamos de excursión. Pensaba que era una broma. Todavía con legañas en los ojos me iba siguiendo con mi trajín de alforjas y movimientos extraños. Cuando puse la manta sobre sus lomos, entendió que la cosa iba en serio, algo raro iba a suceder. Ponerle las alforjas por primera vez, aunque antes habíamos ensayado, no fue fácil. Me costó lo mío porque Einstein no entendía nada por muchas explicaciones que le daba. Se revolvía, se movían las alforjas y se desajustaban.

Después de media hora de sudores, con notable retraso, a las 8:15 salimos a iniciar nuestra aventura. Los primeros pasos Einstien, mi burro, los llevó bien. Todo prometía que iba a ser una buena y agradable caminata.

Los primeros problemas llegaron cuando pasamos por una senda estrecha. Las ramas le rozaban en las alforjas, Einstein no entendía qué pasaba detrás suyo, se puso nervioso y comenzó a moverse, a hacer cabriolas y dar con las alforjas en el suelo. Y así dos veces más. Una vez tiró toda la comida que había cocinado para mí, para cuatro días. Así que aunque lo propio hubiera sido hacer unas fotos, corrí a rescatar lo que pude del suelo antes de que todas las bacterias invadieran mi tortilla de patata, mis tortelinis y mi arroz.

Con un buen puñado de bacterias, de tierra y piedrecillas salvé lo que pude para tener garantizada alguna comida.

Una hora después habíamos recorrido 900 metros. La cosa prometía poco porque además yo no tenía controlado cómo ponerle las alforjas en condiciones. Estuve a punto de considerar que era un proyecto fallido y que deberíamos volver a casa para intentarlo otro día.

Entonces tuve la suerte de que pasó Paco el Andaluz, la persona que más sabe de burros y caballos de todo Aragón y parte de Andalucía. Y él me dio la clave. “La cincha la tienes que pasar por ahí, que eso está hecho para eso”, como si el cuerpo de Einstein lo hubiera hecho un carpintero con sus zonas de amarre. Y esa fue la clave. Le pasé la cincha por el sitio correcto y eso me permitió abandonar la idea de abandonar. Con mucho retraso y sin comida comenzamos la ruta pasando por un túnel oscuro que Einstein pasó sin ningún problema siguiendo la luz de la linterna delante de su hocico.  Aprétala fuerte, me dijo Paco. Y yo apreté fuerte la cincha, pero no demasiado fuerte, lo que me complicaría más adelante el camino. Hasta que la apreté fuerte, Einstein no se molestó y se acabaron los problemas de las alforjas. Pero para tenerlo solucionado pasó una mañana y una veintena de kilómetros.

Preparativos para la marcha.

 Mi burro y yo. Capítulo III
Como fui diciendo a todo el mundo que Einstein, mi burro, y yo íbamos a hacer el camino de la vía. La buena gente me fue ayudando, unos con consejos, otros con sugerencias. Unos buenos amigos me regalaron unas alforjas que finalmente no pudo llevar, porque cuando se las enseñé a Einstein me dijo, pero esto sólo es para los domingos ¿no? Y es que me regalaron unas alforjas que estando a la altura de la clase social de Einstein no lo estaban del camino, pues son para ir de gala. Además tenía que modificarlas para ajustarlas a la envergadura de Einstein y eso suponía tener que agujerearlas, lo que me parecía dañar el regalo que con tanto cariño me hicieron Cindy, María Jesús, Laura, Cristina, Elma, Alberto y Sergio. Como también nos regalaron un sombrero, ese no me lo quité ni a sol, ni a sombra y me sirvió para mitigar los chaparrones que nos cayeron encima.

Alberto, otro amigo, me dio cursos de guarnicionero para preparar las alforjas de bicicleta adaptadas a los costillares de Einstein y disfrutamos los dos remachando cinchas y buscando soluciones con cintas de maleta y broches de plástico.

Finalmente, con mis planos, mis lugares previstos para abrevar, la comida preparada para subsistir durante cuatro días, el agua en tetrabriks para dar de beber a Einstein. El pozal para echar el agua, el panizo para completar su alimentación, la tienda de campaña y la manta para los lomos de Einstein, el entrenamiento previo para pasar túneles completamente oscuros, el paseo con las alforjas para que se acostumbrara a llevar algo sobre los lomos, parecía todo lo necesario para iniciar el camino y con la ilusión de ambos, y un poco de desconcierto por parte de Einstein llegó la madrugada del día 27 de mayo, el momento elegido para iniciar la marcha.

La vía verde de Val de Zafán con mi burro.

Mi burro y yo. Capítulo II.

De vez en cuando, mi burro y yo, hacemos caminatas, pero no son muy largas. Vamos a su ritmo. Es un buen botánico, conoce muchísimas más clases de plantas y yerbas que yo. Las mira, las olisquea y elige las que más le gustan. Se va parando por todas partes, así que el caminar es lento y el recorrido corto. Le encantan los brotes de alfalfa. Sólo le dejo comer un par de bocados porque le puede fermentar en la panza y provocarle la muerte.

Le había dicho a Einstein, mi burro, que un día saldríamos a pasear de verdad, a hacer una larga marcha. Me miraba incrédulo. Yo le puse fecha, el 20 de mayo. Haríamos la vía verde, desde Alcañiz a Tortosa. Primero preparé el terreno. Me fui un día con la bicicleta para ver en qué lugares podría abrevar. Lo planeé pensando en su disfrute, y el mío.

El día 20 salimos a primera hora de la mañana. Más adelante escribiré sobre cómo se fue desarrollando. Ahora quiero hacer un comentario sobre la vía verde Val de Zafán que parte de Alcañiz y llega hasta Tortosa.

Es un recorrido ideal para hacerlo en bicicleta. No tiene ninguna dificultad y los ritmos de rectas y curvas son agradables, el discurrir de los paisajes, en bicicleta es ameno. Pero hacerla andando resulta poco satisfactoria. Rectas kilométricas que caminando llevan una hora donde agachas la cabeza, la levantas veinte minutos después y vuelves a ver la misma imagen.

Tiene otro problema; los abastecimientos de agua y comida. Casi todos los pueblos están apartados del camino, por lo que hay que llevar agua y comida para casi todo el recorrido.

Saliendo de Alcañiz, Valdealgorfa se encuentra a poco más de 14 kilómetros. El pueblo está junto a la vía, pero el siguiente punto donde puedes abastecerte de algo está en Torre del Compte a 32 kilómetros, y no es el pueblo, sino un hotel, La Parada del Compte, donde puedes comprar agua a dos euros el botellín o tomar un menú a 17 euros. Para dormir, o la tienda de campaña o pasar por el elevadísimo peaje del hotel de cuatro estrellas.

El siguiente punto de abastecimiento está en Bot, a otros 32 kilómetros. En todo el camino ni un solo punto donde puedas abastecerte ni de agua. En Bot hay un camping donde te ofrecen todas facilidades, donde puedes plantar tu tienda o dormir en un bungaló, también puedes comprar en el pueblo que está junto a la vía.

Desde Bot hasta Tortosa, el punto de destino es Cherta, donde hay un albergue junto a la vía.

Resumiendo son muchos kilómetros sin abastecimiento, sin pueblos, sin agua, sin comida y también sin gente, pues aunque te vas encontrando ciclistas, son entre doce y quince cada día, pero como mucho intercambias unas palabras.

Así, que sobre el plan previsto de ir desde Alcañiz hasta Tortosa, la intención era llegar hasta Cherta, Einstein y yo cambiamos de planes y acortamos el recorrido.

Fuimos hasta Bot. Era mucho de lo mismo. Muchas rectas, pocos alicientes y el pensamiento de saber que luego habría que hacer el mismo recorrido de vuelta.

Einstein, mi burro, y yo.


Mi burro se llama Einstein. No es una ironía. Es un burro inteligente. Casi todos los burros lo son. Lo son en la medida que los animales son inteligentes.

A los burros se les ha hecho trabajar sin mesura. Se les ha golpeado hasta romper las varas de mimbre en sus lomos. Se les ha tenido sin descanso decenas de horas al día. Se les ha dado poca comida y escasa agua. Y a pesar de eso, al día siguiente volvían a trabajar en las mismas condiciones.

A las personas que hacían algo parecido se les llama burros. A los burros, para dejar de serlo peyorativamente, les falta la rebeldía. La rebeldía se hubiera corregido con más palos.

Mi burro se llama Einstein. Es amigable. Lo voy a ver todos los días, paseamos un poco juntos, hablamos y lo llevo a pastar. Raro es el día que no viene a esperarme. Ya vaya andando, corriendo, en bicicleta, en moto o en coche, casi siempre adivina mis pasos y viene a esperarme. Rebuzna y corretea a mi lado hasta que le abro la puerta para pasear juntos. Antes le rasco el lomo, la panza y las patas. Le encanta. Se queda quieto, a falta de un cristo para entrar en una etapa de comunión con dios. Su felicidad me hace feliz.

Los humanos empleamos al burro, en el pasado en España, en el presente en muchos países, como base de la economía familiar, pero sin ninguna consideración. He visto burros en otros países largos en el suelo reventados, con la lengua fuera, seca, a última hora del día, sin que sus dueños tuvieran la dignidad de darles un cubo de agua. Así se les trata y se les trataba.

Ahora en España ya no son necesarios y viene el olvido. Que se extingan.

Aunque en mi familia no hemos tenido un burro, como persona estoy en deuda con ellos y ese es el motivo por el que tengo un burro. Es una deuda que debemos saldar.

Por eso mi burro se llama Einstein. Porque es un burro digno, merece un buen trato y un buen nombre.