martes, 30 de octubre de 2012

Auckland y mi amigo Ed.


Auckland y mi amigo Ed.
Me he estrenado como cuorchsufer. Es una forma de hospedaje basada en un principio muy elemental, cierto, y pocas veces admitido. El principio de que “todo el mundo es bueno”. Hay excepciones, pero lo cierto es que es así.
He ido a casa de Ed, un neozelandés que me ha brindado su casa para vivir con él, sin cobrarme nada. Me ha dejado su mejor habitación, me ha cedido todas sus instalaciones, me ha acompañado a pasear, hemos hablado hasta disfrutar de la amistad recién iniciada, me ha ayudado a programar mi viaje, a reservar otros alojamientos y a hacerme más agradable el inicio de mi visita a Nueva Zelanda. No se puede pedir más. ¿A cambio de qué? A cambio de que otra buena persona le deje a él su cama cuando esté de viaje. Y si no encuentra a esa persona, da igual.
Estamos juntos pero no revueltos porque la cámara da para
lo que da. Hacer una foto detrás de otra. Existe la posibilidad
del fotosop, pero con unas gafas en ·D nos puedes juntar.
La experiencia ha sido muy positiva. Además de brindarle mi casa cuando venga a España, le he obsequiado con dos cenas españolas, una tortilla de patata y una paella descolorida que entre brindis y brindis hemos ido acabando con sendas botellas de tinto australiano.
Ed es un par de años mayor que yo, pero a veces me sentía mayor que él, por su espíritu tan afable que parecía que él estaba ante un vejete al que debía respeto.

Trabaja de traductor del japonés al inglés. Cuando consigue alguna buena traducción y un poco de dinero, coge el primer vuelo a cualquier parte y disfruta viajando. Tiene amigos en muchas partes y entre hoteles y amigos va por el mundo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Las cosas del turismo


Hoy, y muchos días en la espectacular Nueva Zelanda, me tocaba hacer una marcha senderista. Es la mejor forma de conocer los bosques, la naturaleza, el entorno. Otros muchos llegan en coche o autobús hasta los destinos. A mi me gusta patearlos.
Las fumarolas de Pedro Botero junto al lago Rotorua
Estoy en Rotorua, junto al lago del mismo nombre. El paseo estaba resultando agradable, con mucha vegetación, muchas aves que estaban a menos de un metro de distancia. Agradable y bonito, cuando comienzo a sentir un olor nauseabundo, a huevos podridos. Me he dicho que sería algo pasajero. Luego he visto a lo lejos chimeneas de humo y he pensado que ese era el origen. ¿Cómo es posible que en un paisaje tan idílico hayan permitido poner industrias contaminantes y con un olor tan nauseabundo?
Además se podía ver un gran número de aves, entre ellas estas
pequeñas gaviotillas que parecen de las Nuevas Generaciones,
que anidan junto a la playa del lago.
Ya estaba dispuesto a abandonar la marcha cuando un cartel me ha advertido que estaba en una zona termal con azufre emanado de la tierra.
Vaya. No era contaminación humana. Era Pedro Botero cociendo en azufre a los malvados pecadores y anunciándome por los efluvios que por pecador me estaba esperando.
Claro, como no era contaminación humana, la percepción de uno cambia y he seguido con ilusión el recorrido previsto. Pequeños volcancillos, fumarolas iban poniendo el olor al recorrido.
Después de un buen rato de soportar el hedor he llegado a una zona vallada a la que no se podía acceder si no era comprando un billete. Era la zona más pestilente, la que más fumarolas tenía. Pero el turismo lo había sabido vender como una atracción más y la gente pagaba por ello. 

Christchurch ciudad fantasma


Son muchas las películas que se han filmado con calles desiertas, edificios semidestruídos y una atmósfera gris difusa. Por las calles que podían ser una imagen de un futuro de destrucción o de un pasado destruido, pasea sin que nadie le moleste  protagonista.
Esa es la sensación que he tenido yo. No había nadie para preguntar, sólo algún coche, he tenido que parar a uno para que me indicara dónde estaba la parada de un autobús.
El único ruido que se escuchaba era el de algún pájaro ajeno a la destrucción y el de algún coche que circulaba despacio como un fantasma. Los semáforos estaban en ámbar por todas partes incapaces de controlar ninguna circulación. Ir de una calle a la de enfrente, que se veía a pocos metros, podía ser un mal juego de laberintos, porque muchas calles están cortadas por miedo a los desprendemientos.
He sentido el horror contenido de las víctimas que hubo en el terremoto. Me he sentido en una película, en una realidad imposible. Encima el día estaba terriblemente triste. Lloviendo.
Son sensaciones que no había sentido nunca y por lo tanto difíciles de transcribir. Seguro que me servirán para interpretar de otra forma los terremotos y otras desgracias que los creadores de este mundo se empeñan en enviarnos. No son sólo imágenes en televisión o en la prensa. 

jueves, 25 de octubre de 2012

Se tuercen las cosas


No era la autocaravana que tenía reservada, pero no deja
de ser curiosa. Todo el añadido que no es blanco o verde
de madera fina contrachapada, incluidas las ventanas y
sus marcos pintados simulando aluminio.
Había alquilado una autocaravana en Christchurch con la intención de seguir hacia el norte hasta devolverla en Auckland. Ya tenía todo preparado, ya me habían dado las instrucciones para manejarla y sólo faltaba anotar los datos de mi carné de conducir en una ficha. Le entrego el carné de conducir mío y el internacional, que es necesario. El carné internacional se saca en cualquier capital de provincia española y lo puede sacar otra persona en tu nombre. Como un amigo mío iba a Madrid, él me lo sacó. ¿Pero qué hizo? dio sus datos. Resulta que en el carné figura mi fotografía pero los datos del amigo que me lo sacó. La única solución era ir a unos traductores reconocidos, pagarles alrededor de 100 euros y que ellos garantizasen que mi carné de conducir era auténtico. Lo que no me garantizaba que la policía lo aceptara, en el caso de que me parara. Además debía esperar toda la mañana hasta que llegara la traducción, con lo que me resultaba casi imposible llegar al destino que me había propuesto. Vamos, que he tenido que renunciar a la conducción de la auto caravana. Que sirva de aviso para navegantes.
Me he quedado colgado nuevamente en Christchurch y sin tener ningún plan, así que me he ido al aeropuerto y he cogido el primer vuelo que saliera hacia el norte. Me encuentro en Rotorura, la ciudad maorí por excelencia y aquí tengo intención de estar al menos tres días. Mientras decidiré mi futuro, que igual es quedarme hasta que me vaya a Auckland el día 28 donde tengo cobijo de un amigo que está por conocer. 

martes, 23 de octubre de 2012

Oportunidades de viaje


La mayoría de los turistas llegan a Nueva Zelanda a Auckland, en el norte, alquilan un coche o una autocaravana y se van hasta el sur donde la devuelven. ¿Cuál es el problema que tienen las empresas de alquiler? Que se les acumulan en el sur y no tienen forma de hacerlas llegar al norte. Bueno tienen una, ofrecer unos alquileres ridículos para hacer el recorrido inverso. Así que aprovechando esa descompensación hoy he alquilado un coche de lujo por la cantidad de 50 céntimos de euro. Cierto. Las chicas que me han hecho la foto me han preguntado que si era mío. Les he contestado con cierta cara de satisfacción que sí. Han puesto cara de admiración (cosas del consumismo igual les parecía Richard Gere). Luego he añadido, pero sólo por hoy. Sus caras han vuelto a las que eran antes de la foto. Toda mi fealdad ha vuelto a mí.
El recorrido ha sido todo un deporte de aventura. Me han dado las llaves y me han dicho dónde estaba el coche, sin ninguna explicación. Me he subido, he comprobado que tenía la documentación, me he puesto el cinturón de seguridad y ¡ostias! no tenía volante. He mirado y me he partido de risa al comprobar que el volante estaba en el otro lado. Aquí tienen la costumbre de conducir por la izquierda. Me cambio de lado y compruebo que sólo tiene dos pedales, con lo que he llegado a la conclusión de que o no frenan, o no embragan o no aceleran. Probaré, me he dicho. He ido a poner la llave de contacto y no tenía ni llave ni agujero para meterla. Impotencia. Así que me he ido a buscar alguien que me dijera algo para sacarlo de allí. Un chico muy amable me ha dado una clase de lo más imprescindible y me ha dicho que es que era de cambio automático y se ponía en marcha apretando de un botón. Demasiada tecnología.
Cuando he salido, por pura lógica me he ido en dirección contraria a la ciudad donde estaba. Unos cincuenta kilómetros después me he dado cuenta de que me estaba acercando cada vez más al Polo Sur y es que tenía que haber vuelto a la ciudad y allí salir por una rotonda.
Como los mandos están cambiados, cuando he ido a poner el intermitente le he dado al limpiaparabrisas. No sabía cómo pararlo. He pensado que iba a llegar sin escobillas y sin parabrisas. Treinta quilómetros así, después de tocar todos los mandos para todas partes he conseguido reducir la velocidad a cambio de que también me funcionara el de detrás.  Al final me he parado y me he dicho no continúes hasta que lo soluciones. Y lo he solucionado. Cincuenta quilómetros después ya era capaz de poner la radio sin que se encendiera un intermitente. Cuando he parado a comer no he podido perder de vista el coche porque por mucho que apretaba el botón del cierre se quedaba abierto. Cien quilómetros después ya podía frenar sin salir despedido por delante. (En una de las frenadas he perdido las gafas, el mapa y la cámara de fotos).  Ha sido cuando me he dado cuenta de que en las antípodas había un hotel Andorra y me he parado para fotografiarlo.
Para echar gasolina han tenido que salir de la gasolinera a buscar el botón que permitiera abrir el depósito. Llegando al destino me he tenido que saltar la mediana para no tener que ver venir a todos los coches de frente.
Y es que Nueva Zelanda es el país del deporte aventura por excelencia.  Cuando he podido verlo, he comprobado que el paisaje es espectacular. 

domingo, 21 de octubre de 2012

De blackpacker en Christchurch


Ya hace unos días que todo transcurría por los cauces de la demasiada normalidad. Alguno de mis lectores, léase José Luis, requería acción. Pues hayla. Estaba en la duda entre dos poblaciones. Finalmente me he decidido por Christchurch, porque si iba a la otra por la mañana tenía que hacer unos cincuenta quilómetros suplementarios y no tenía muchas ganas de quilómetros de más.
Christchurch sufrió un terremoto hace unos meses. Ya me lo habían advertido. Hubo cerca de dos centenares de muertos.  Me habían dicho que todavía estaba sin reconstruir. No le di más importancia. Pero la tenía.
Este lago no se anda con tonterías. Es el lago Tekapo. Uno
más de los muchísimos que se pueden ver por toda Nueva
Zelanda, con sus montañas de crestas nevadas. Todo muy
bonito y cristalino.
Las calles estaban todas cortadas, las casas derruídas. A pesar de los meses pasados las imágenes de la calle eran las de cualquier documental o noticia de destrucción. Paredes arrancadas de cuajo, ruinas por todas partes, edificios quebrados. Las imágenes de un informativo pero en vivo. Sobrecogedor.
Pero todavía ahondaba más en la dureza de la realidad el que no hubiera nadie por las calles. Todas las calles vacías. Buscaba el centro para encontrar alguna referencia humana, pero estaba en el centro y pasaban cuatro coches y alguna persona a lo lejos.
No tenía reservado ningún lugar donde dormir, precisamente porque hasta última hora no había decidido dónde pasar la noche. Pensaba que no sería difícil encontrar una cama. Lo era. El único hotel que he encontrado estaba cerrado, afectado por el terremoto. Nada más. Se estaba haciendo de noche y como solución peor he decidido ir a dormir al aeropuerto. Cuando ya estaba de camino para coger un autobús, me he encontrado a un par de mochileros. Les he preguntado si tenían sitio para dormir y me han dicho que sí, uno de mochileros, y me han mirado como diciendo que no era para mí. Les he dicho que sí, que no encontraba dónde dormir, así que los tres nos hemos encaminado a la dirección que tenían apuntada. Estaba ocupado. Otra dirección. También ocupado. Ya de noche y sin lugar donde dormir. Así que vuelta a pensar en la opción del aeropuerto, si aún había autobuses, porque taxis no veía ninguno.  Cuando ya estábamos los tres presos del desánimo preguntando en una casa hemos encontrado un lugar para mochileros (blackpaquers).
No sé si he vuelto a la juventud, me he hecho más viejo o ambas cosas a la vez. Un lugar habitado por jóvenes mochileros a los que saco casi dos generaciones, desorden total, más bien caos. Habitaciones, cuartos, cuartuchos, literas. El lugar más indecente del Camino de Santiago es un hotel de cinco estrellas comparado con este. Pero era mi lugar para dormir. No había otro. Los compas muy amables con el anciano.

viernes, 19 de octubre de 2012

El agujero del otro lado


Violeta, mi hija, siendo niña descubrió en clase que la tierra no era plana, que era una esfera y que debajo de nuestros pies, al otro lado había otros seres que vivían como nosotros. Cuando salió al recreo, en vez de jugar comenzó a cavar un agujero con la intención de conocer a esa gente tan distante, tan lejana y ajena. Quería acercarla, verla, tocarla. Ella aún no lo sabía pero había descubierto la forma de saltarse todas las barreras, todas las fronteras, todas las incomunicaciones. Por ese agujero iba a poder acceder no sólo a la gente del otro lado, podía tejer una red de agujeros por los que ir a cualquier parte del mundo al margen de permisos, visas y pasaportes.
A lo largo de mi vida, cuando he viajado he encontrado agujeros en el suelo. Algunos eran tan profundos que llegaban al interior de la oscuridad. Otros eran proyectos fallidos. Alguien se había cansado quizás cuando con la edad había topado con la piedra de la realidad, más dura que el diamante. 
Estoy en Queenstown, una población neozelandesa, al otro lado del mundo. He visto un agujero, como tantos otros. He pensado en mi hija cavando el suyo a tantos kilómetros de distancia. Me he quedado unos segundos mirándolo. Era de los que llegaba a la oscuridad. Mi vista se perdía por su camino. Quien lo hizo no desesperó pronto, me he dicho. Ya me iba a seguir con mi paseo cuando una chica me ha dicho en un inglés que no me ha sido dificultoso entender, has mirado por el agujero. Si, le he contestado, y le he contado la historia anterior para que entendiera por qué miraba de vez en cuando algún agujero de los que me encontraba. ¡Qué casualidad! ¿por qué?, porque este agujero lo comencé hace algo más de veinte años cuando estaba en el recreo. Aquí había un colegio y este era el patio. Luego trasladaron el colegio, hicieron este parque y taparon el agujero. Pensaba que mi obra había quedado enterrada, pero un día localicé el lugar exacto, quité una capa de césped y humus y estaba mi agujero intacto. La casualidad había querido que una piedra bloqueara la tierra que se introducía por él. Me hizo una ilusión tremenda recuperarlo y todos los días he ido viniendo a seguir cavando para llegar hasta el otro lado del mundo. Hoy he acabado y la providencia ha querido, siguió diciéndome ante mi estupefacción, que nada más acabarlo la primera persona que ha pasado se ha asomado por él. Yo era esa primera persona.
¿Lo has cavado tu sola? No, antes de acabar me he encontrado con una galería que ya llegaba hasta el otro lado. No es la única que me he encontrado, había otras que iban hacia otras partes pero por ellas no veía. Pero esta es limpia, es recta, se ve la luz del otro lado. ¿Será el agujero comenzado por mi hija? Es posible, me ha contestado. Puedes mirar para ver si lo que está al otro lado lo conoces. He mirado y no he visto nada. Debes tener paciencia, la vista debe recorrer muchos kilómetros y el centro de la Tierra tiene tanta fuerza que siempre intenta atraparla. Mira sin prisas.
Me he puesto largo sobre el césped que rodeaba al agujero y he mirado con paciencia. Al cabo de unos minutos, quizás una hora, he visto la luz. No lo puedo describir, ¡ver la luz al otro lado de la tierra!
Sin dejar de mirar, para no perder la comunicación con el otro lado, le he dicho a Lynda, que así se llama a chica, que había visto la luz. ¿Y qué más ves? Todavía no distingo nada, sólo alguna sombra que se mueve. Observa, me ha insistido, y dime.
He estado a punto de dar un salto por la sorpresa producida, pero la razón me ha salvado de apartar la vista del agujero, tendría que tardar otra vez en ver la luz, y quizás no volviera a verla. ¿Por qué te has sobresaltado? Este agujero es el que comunica con el que comenzó mi hija. ¿Cómo lo sabes? Porque la estoy viendo a ella y a sus compañeros de clase, pero lo más sorprendentes es que la estoy viendo de niña, como cuando comenzó a cavarlo. Es normal, me ha dicho Lynda. La imagen tarda en llegar desde el otro lado y el centro de la Tierra intenta atraparla.
Esta historia ha comenzado sobre las doce del mediodía y he estado sin despegar el ojo del agujero hasta que ha caído la noche, sobre las ocho de la tarde. Ocho horas en las que le he ido contando a Lynda lo que veía y además añadía explicaciones y porqués de las acciones.
Me disponía a irme pero no me he resistido a echarle una última ojeada. He debido esperar aproximadamente otra hora que se me ha hecho eterna. Al cabo he recuperado la imagen de mi hija jugando y la de sus amigas , pero no solo eso, también me han ido llegando imágenes de otras partes del mundo donde se comenzaron a cavar otros agujeros. Así que he visto a mujeres afganas que comenzaron a cavar hace muchos años agujeros para escapar, a mauritanos que tenían ocho años y ahora rondarán la trentena, a ingleses que hablaban que querían conocer mundo, a sudamericanos que se lamentaban de su suerte, a indios que sonreían su fortuna, he visto a un coreano que me recordaba la cara de niño del que me llamó Lucas hace unos días en la estación del metro de Seúl,…
Ahora estoy aterido de frío y de nostalgia. No sé si va a ser mi suerte o mi desgracia, ahora también estoy atrapado a la existencia de los agujeros, porque lo que tengo claro es que en todas partes del mundo ha habido niños como mi hija que comenzaron a abrir agujeros para encontrarse y esos agujeros existen. Muchos abandonaron su empeño cuando chocaron con la piedra dura de la realidad, más dura que el diamante, pero otros continuaron hasta nuestros días y siguen abriendo nuevas galerías. También hay alguno que las tapa, pero sólo hay que  quitar el manto de césped y humus.

Melburne. Botánico y arte


De lo muchos y preciosos parques y jardines que tiene Melburne, una mención especial se la lleva el botánico. Una tarde de paseo por sus recovecos, repasando la leyenda de los árboles de todas partes del mundo, por sus estanques, por sus enormes extensiones de césped. Todo impoluto. Admirable todavía más al saber que está abierto continuamente, que es público y que nadie se ha llevado ni una rama de un árbol.
La cultura del respeto está arraigada. Quizás, a diferencia de Seúl, no por la tradición sino por la imposición. Existe un compromiso por parte de los ciudadanos de denunciar al extorsionador, al que cobra el paro y trabaja, al que aparca mal, al que rompe algo, al que consume más agua de la debida si hay sequía. Si defraudas, puedes tener por seguro que alguien te va a denunciar. Y eso puede significar, si eres extranjero, que te expulsen del país.
Como tienen poca historia, las ciudades no tienen más de doscientos años, en sus museos no se encuentran grandes maravillas. Además suelen ser una mezcla de todo. A veces parece que estás en un anticuario, con sus mesas, sus porcelanas y sus cubiertos. Además como cuando los australianos comenzaron a entrar en el mercado del arte, lo más importante ya estaba adquirido, pues tienen pocas cosas de valor. Pero el museo de Melburne, por su distribución, su cuidado, el esmero en la presentación de las obras,… merece una visita. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Melburne. Visita y jubilación.


Es una ciudad para vivir más que para visitar, aunque también. El concepto de ciudad es totalmente distinto a las españolas. No sé si se especulará con el terreno, pero da la impresión de que no. Lo primero es lo público, lo verde, las escuelas, el hospital, la iglesia,… luego la vivienda.
Sobran comentarios
La extensión de Melburne es muy grande. Parece un parque enorme que cobija muchas viviendas. Salvo en el centro donde las zonas de oficinas están densamente pobladas de altos edificios, pero es un centro relativamente pequeño, el resto de la ciudad parece una sucesión de viviendas unifamiliares con su jardín. Las casas, como mucho suelen tener tres plantas, tienen un espacio verde. Pero además los parque públicos son enormes y perfectamente cuidados. No hay evidencias de gamberrismo. Mucha gente vive con las puertas abiertas. La seguridad casi es total. La calidad de vida es enorme.
La vida es cara para un español, pero aquí el salario de un camarero ronda los 3.000 euros mensuales. Tomarte una cerveza cuesta unos 18 euros. Este quizás sea el único país que he visitado donde no me he tomado cerveza, y eso que en algunos sitios las he pagado caras. Pero creo que a ese precio no me iba a sentar bien.
El sistema de jubilación que tienen es llamativo. Todos los jubilados, sin excepción, cobran lo mismo, con pequeñas modificaciones, iguales para todos, en función de si tienen otras personas a su cargo. También está en torno a los 3000 euros mensuales. Pero si un jubilado tiene otros ingresos, por cada dólar que tiene de otros ingresos (alquileres, intereses,acciones,…) el estado le descuenta 50 céntimos de la jubilación. Es decir, que si tiene 6000 dólares de ingresos por otras vías, el estado no le paga la jubilación, porque considera que ya tiene medios suficientes para vivir. 

martes, 16 de octubre de 2012

Dos de aeropuertos


Cuando entré en Australia, yo fui un sospechoso. Me llevaron a un apartado para que una policía con cara de demonio y más malas pulgas que un perro sarnoso me interrogara hasta amedrentarme. A otro español le pasó lo mismo. Mi equipaje ni me lo miraron. Es decir que el sospechoso era yo. ¿Y de qué era sospechoso? Pues de intentar entrar en el país para ganarme la vida ilegalmente. Esa es la imagen que estamos dando los españoles. Es la imagen internacional de España, la de inmigrantes ilegales o en el peor de los casos de buscavidas en el peor sentido del término. No hacía más que interrogarme e intentaba que demostrara cosas imposibles de demostrar. Al final el maratón me salvó. Por suerte llevaba encima la inscripción y eso me dejó en libertad. Del otro español, que éramos los únicos que íbamos en el vuelo, no sé qué fue.
En Auckland la cosa ha sido semejante, pero por un motivo distinto. Cuando llegas al aeropuerto te avisan que debes tirar todos los alimentos que lleves, que está prohibido entrar con una semilla. Yo llevaba una manzana y la he tirado. Pero sin darme cuenta se me había quedado otra manzana en la bolsa. Una ayudante del cherif me pregunta por la manzana. Yo le digo que sí, que llevaba una y la he tirado. Entonces me saca la otra que habían detectado los rayos no sé qué y me quedo como un idiota. Me coge a mí, a mi pasaporte, a una declaración que hay que llenar antes de entrar y a la prueba del delito que es la manzana y me lleva ante la policía.
Ahora explícale al policía que me interroga, que qué voy a hacer yo con una manzana en Nueva Zelanda. Si fuese dinamita le podría decir que volar el parlamento, si fuera droga, que traficar y ganarme la vida. Pero con una manzana ¿qué puedo hacer yo en Nueva Zelanda? ¿comérmela? Si es lo que hubiera hecho en ese instante pero como estaba encima de mi pasaporte custodiada por la policía no podía. Si además era la respuesta tan obvia que no podía contestarla porque él lo sabía igual que yo. Después de un sinfín de preguntas absurdas y de repasar mis declaraciones de entrada en el país y de amenizarme con una sanción de entre 400 y 1000 dólares, me ha dejado ir perdonándome la vida por semejante barbaridad. Me ha devuelto mi pasaporte y se ha quedado con la manzana. Que le aproveche.
No hay foto porque también está prohibido. A ver si la vamos a liar todavía más. 

lunes, 15 de octubre de 2012

Jurado en campeonato de tortillas de patata en Melburne.





Primeros españoles que llegaron al parque y plantaron la
bandera.
Paseando por el río Yarra, que es el de Melburne, escuché a dos jóvenes hablar en español. Así que les dije, tengo que hablar con vosotros ¿por qué? Pues porque tengo ganas de hablar, entender y que me entiendan en condiciones. Uno se llama Carlos y es madrileño. El otro Juan y es colombiano. Tuvimos una agradable charla. Carlos me invitó a una reunión con tortilla de patata para el día siguiente en un parque con otros españoles.
Allí que acudí. Se celebraba el día nacional de España con aragoneses, catalanes, vascos, madrileños, andaluces y alguno más con quien no hablé. Alrededor de un centenar de españoles acudieron a la cita. La mayoría jóvenes. Había concurso de tortilla de patatas en dos categorías, la tradicional y la que podía tener otros elementos decorativos o culinarios, como chorizo, espárragos,…  Yo formé parte del jurado. Para serlo sólo había que levantar la mano y estar dispuesto a ir probando todas las tortillas. Casi todas magníficas.
Así lucían las tortillas antes de emprenderlas el jurado.
Ha sido una jornada espléndida. Hablando con unos y con otros, de su estancia, de sus vidas en Melburne, de sus trabajos, salarios, de su decisión de quedarse o de volver, de las condiciones sociales de esta ciudad, de las pensiones, de la prácticamente ausencia de robos,...
Daniel era el mayor de la reunión. Con 83 años en la actualidad, se vino a Melburne el año que yo nací, en el 56. Por lo tanto lleva 56 años. Es vasco de los que lleva una chapela sin demasiado vuelo, que no ha perdido el acento de vizcaíno y lo más curioso que también mantiene uno de los hijos que estaba en la fiesta. Aibapués que divertido. A pesar de tantos años fuera y de que ya no va a volver a España, todos los días ve televisión española para seguir las noticias. Y de ello hemos estado hablando y de su viaje en 1956 en un barco que tardó un mes en llegar. “¿Pesado? No. Uno de los mejores momentos de mi vida. No tenía que trabajar, no tenía que preocuparme por la comida, estaba con amigos y unas chicas que también viajaban en el barco se brindaron a lavarnos y plancharnos la ropa. Mejor imposible”.
Encontrar trabajo en Australia es fácil. Los salarios son altos. Un camarero gana unos 2.500 euros al mes. Aunque la vida está más cara, da para vivir perfectamente y ahorrar. Lo que sí es necesario es venir con contrato de trabajo.
La mayoría de la reunión son jóvenes pertenecientes a la nueva ola de emigración española. Gente muy preparada, con carreras técnicas y buenos sueldos. Se preparan en España y trabajan para Australia.
Daniel, el vasco que llegó a Melburne el año en que yo nací.
De regreso a casa he estado paseando con Mariu. Madrileña, ingeniera en telecomunicaciones que se va poniendo plazos cada vez más largos para su regreso a España. Primero hasta acabar el contrato de dos años. Luego hasta obtener la residencia y ahora hasta tener el pasaporte, que aún le faltan un par de años. Quiere volver entonces a España a buscar trabajo y tener el respaldo de que si no lo encuentra poder volverse a Australia. Para entonces posiblemente se convierta en una corredora maratoniana, porque se ha comprometido a prepararse. Yo voy a ser su preparador. ¡Qué cosas!

sábado, 13 de octubre de 2012

He acabado el maratón de Melburne



No sé el tiempo pero creo que he hecho mi mejor marca personal, en torno a las 3 horas 28 minutos.
Después de haber estado corriendo unos 6.000 kilómetros (la mayoría entrenando), en los cinco continentes, esta será mi último maratón.
Cuando decidí en 2008 correr un maratón mi intención era correr sólo uno como una experiencia personal de sacrificio, disfrute y superación. En 2009 corrí el primero en Siberia, luego le siguió el de Nueva York, el de Atenas, el de Marrakech y ahora el de Melburne. Para broma ya está bien.
Así que deberé plantearme otros retos (porque no sé estar sentado en el sofá), quizás sea hacer macramé, guiar cometas o irme en bicicleta a Londres. No tengo todavía ninguna idea.
No voy a dejar de correr, pero con un maratón por continente es más que suficiente.
Eso sí, hago un llamamiento a todo el mundo para que al menos corra un maratón en su vida. Es un llamamiento inútil pues la experiencia me dice que nadie lo hace por un llamamiento así, pero como cuesta tan poco escribirlo, escrito queda.

viernes, 12 de octubre de 2012

Amistades breves



Los tres paraguayos.
La anciana es la campeona.
Penúltimo día de entrenamiento en Seúl.
En la estación de Seocho, de vuelta a casa.











El penúltimo día de mi entrenamiento salí con la cámara de fotos para llevarme un recuerdo de los muchos kilómetros que he hecho por las riveras del Hangang. Qué casualidad que me encuentro con dos jóvenes y una anciana que hablaban en español. Me paré y les pedí que me hicieran la foto. La conversación que tuvimos, de apenas tres minutos fue intensa. La anciana,  de cerca de ochenta años había ganado una carrera de medio maratón, en su categoría, y como premio le habían concedido un viaje a Seúl, donde el domingo siguiente iba a participar en otra carrera. Me desearon suerte para mi carrera en Melburne y me dijeron que contara con su casa totalmente “fri” (gratis), cuando fuera a visitarles a Paraguay, que es de donde son. Tomo nota y lo tengo pendiente. Con adioses que parecían los de una estación de tren de mil novecientos, con gritos de “fuerza” me despidieron. Bonita forma de arrancarme una sonrisa que me duró hasta que llegué a casa y que se va reproduciendo cada vez que los recuerdo.

Cementerio coreano



Ya lo he escrito en muchas ocasiones que suelo visitar los cementerios, ninguna enfermedad ni fetichismo. En los cementerios se aprende mucho de la cultura de un país. He estado en el cementerio nacional. Es impresionante por varios motivos. Por la cantidad de tumbas todas iguales, perfectamente alineadas y otro por la limpieza, cuidado y pulcritud de las mismas. Todas sin excepción tienen un ramo de flores. Unas blancos y otras rojos. El otro motivo que me dejó impresionado fue que los escolares acuden a limpiar las tumbas de los muertos. Supone un respeto por los muertos y además se aseguran de que ninguna tumba quede abandonada porque no tenga descendientes el fallecido. Después de limpiar la tumba rezan un responso y van a otra tumba.
Estudiante sacando lustre a la lápida
Las tumbas pertenecen a los soldados muertos en diversos enfrentamientos bélicos (todavía están en guerra contra Corea del Norte).
Sorprende tanta vida inútilmente dada por una patria. Cuando oigo o leo que alguien está dispuesto a dar su vida por la patria me revuelve las tripas. Estoy dispuesto a defender a mis conciudadanos de la tiranía, pero nunca a defender una patria, que no tiene nada que ver.
Los catalanes que están dispuestos a morir por Cataluña podían organizar un suicido colectivo por su patria en las Ramblas y los españoles que están dispuestos a dar la suya por España, que hagan lo mismo en La Cibeles. Todos se lo agradeceremos, serán pocos y yo me comprometo a ir a limpiar sus tumbas. Eso sí que será un servicio al conjunto de la ciudadanía, pues sin los que quieren morir, ya no hay a quien matar.

Descendiente de Joseón



La dinastía de Josean es recordada en muchos rincones de Seúl. Monumentos, esculturas, museos, palacios,…
Después de mi integración que ya casi ha supuesto que mis ojos se van rasgando y después de acreditar que mi nombre, José, procede de los descendientes de Joseón por lo que me han aceptado como digno sucesor y de esta guisa pude pasearme por las calles de Seúl.
Los palacios, abundantes, son magníficos, pero creo que a los occidentales, que desconocemos totalmente la cultura coreana, nos pasa como con los coreanos, aunque el común de la gente diría con los chinos, que para nosotros todos son iguales. Visto uno, la estructura se repite y para un no entendido resulta imposible ver las diferencias estilísticas, que debe haberlas. Así que una recomendación, no hace falta entrar en varios palacios, con uno suele ser suficiente.

Caminar por Seúl



Cambio de guardia con mucha parafernalia.
En casi todas las poblaciones, lo más recomendable es patearlas porque así vas descubriendo lo que no sale en las guías para turistas y que en muchas ocasiones es más sorprendente. En este aspecto Seúl es realmente sorprendente, porque no forma una unidad como ciudad, sino que podría decirse que son muchas, cientos de ciudades, juntas. Pasear significa en cualquier punto con la sorpresa de encontrarte un ambiente distinto y sorpresivo. Puedes ver asomarse una iglesia gótica de entre las casas normales y no a demasiada distancia de las construcciones tradicionales. Mercadillos, por todas partes cientos de pequeños restaurantes casi todo el día llenos de vida, con la comida baratísima. Se puede comer bien por tres euros, e incluso, no tan bien por un euro. En algunos templos budistas ofrecen comida tradicional por unos sesenta céntimos de euro.
Uno de los descubrimientos fue cuando me encuentro en medio de la calle un desfile de modas perfectamente organizado, nada de aficionados, con todo detalle de lo que había visto en televisión, incluidos esos trajes que nunca en la vida ves en el cuerpo de nadie. La siguiente sorpresa es que una de las canciones que sonó fue “Hijo de la Luna” de Mecano, cantada en coreano.
Hay jardines que están cuidadísimos en un pequeño rincón con un estanque y grandes peces de colores. Rascacielos que llaman la atención, zonas de ocio familiar, parques grandes, zonas verdes, fuentes que manan por sorpresa desde el suelo y que si te sorprenden te dejan aguachinado,… Desgastando mucha zapatilla uno puede quedar sorprendido al margen de todas las guías. 

Seúl. Pobreza y oficios.



Este oficio, por lo que vi, estaba reservado a los sordomudos.
No con demasiada abundancia, pero pobres se ven. Los sin casa se reúnen en las estaciones del metro y en los pasajes subterráneos que tienen tanta vida como la superficie, con tiendas, restaurantes, servicios y miles de personas. También se ven personas inválidas que se arrastran por el suelo con unas gomas neumáticas para no dañarse las extremidades. Tienen en común con los ciegos que van pidiendo limosna con un equipo de música unido a una batería de coche. Imagino que será la modernización de esta gente que antiguamente iba cantando o tocando música por las calles para pedir dinero.
Curiosamente los sordomudos parece ser que se dedican a la elaboración y venta de unos pastelillos. O quizás sea una coincidencia, pero he visto varios puestos callejeros de este tipo que los regentaban sordomudos.
Los salarios para quien tiene estudios son relativamente altos. Pero los que desarrollan trabajos de limpieza, de camarero, de operarios,… suelen cobrar muy poco y además por día trabajado.

Corea. La educación



He pasado por delante de un museo dedicado a la enseñanza. En la entrada figuraba una imagen casi de tamaño real de una maestra recibiendo a sus alumnos. El gesto de saludo es todo un símbolo del respeto entre maestra y alumnos. Da la impresión que la clase no pueda ser alborotada después de un recibimiento así.
En Corea, pese a que cerca del ochenta por ciento de los jóvenes va a la Universidad, no es gratuita. Cada uno se la paga. Si no tiene medios es el estado el que se la paga, pero cuando acaba debe devolver al estado el dinero prestado. Si uno abandona a mitad de carrera también debe devolver el dinero. Es un sistema que tiene sus ventajas e inconvenientes. Lo que es cierto es que obliga a estudiar, porque si no puedes quedar endeudado por una buena temporada.
El saludo de respeto entre los koreanos, inclinando la cabeza, parece que no es tan positivo como yo lo veía al principio.
Los coreanos están muy definidos en sus clases sociales. Cuando el saludo es “entre iguales” sí que supone respeto, pero si es hacia una clase superior, significa sumisión. Me lo contaba Luis, el madrileño afín al 15 M que me encontré y que conoce bastante de la cultura coreana. Después de decírmelo he observado algún gesto que ha confirmado lo que decía y que me ha parecido denigrante, como un empleado joven saludando hasta la humillación a quien debía ser su superior y éste ignorándole. 

Seúl. Las pintadas.



No existen pintadas en Seúl. He recorrido a pie posiblemente un centenar de kilómetros y no he visto ni una sola pintada, pero ni siquiera de rotulador.
En una zona donde un riachuelo pasa por el centro de la ciudad, que está encauzado y tiene paredes a los dos lados, donde van muchas parejas a festejar, no había ni una sola pintada. Chechu y Clara, dos madrileños con los que estuve charlando una tarde, se hacía cruces de la limpieza y decía que a lo grafiteros madrileños emborronar todo no les costaba más de un par de noches.
La gente que quiere realizar protestas pone su pancarta colgada entre dos árboles y ya está. Eso sí es común encontrarse con infinidad de pancartas por todas partes. Unas vindicativas, otras comerciales.
Es habitual encontrarte en las estaciones de metro con exposiciones de pintura de cierta calidad, con sus precios por si alguien quiere comprarlos, pero es que no hay nadie vigilándolas y allí están día y noche sin que nadie se lleve ninguna, ni nadie rompa el marco o escriba con un rotulador una polla y unos huevos en la boca de la modelo pintada. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Los perros coreanos



De esta guisa pasean a los perros en
adopción 
Conocido es por casi todo el mundo que la carne de perro forma parte de la dieta de los coreanos. En la actualidad parece que no son muchos los que la consumen. Algunos jóvenes dicen que es cosa del pasado, de sus padres y abuelos, otros dicen que la han probado y está deliciosa. En determinados restaurantes se sirve y existen granjas de perros donde se sacrifican como cualquier otro animal para el consumo humano.
Frente al consumo también están las protestas, algo semejante a lo que ocurre en España con los toros.
Anciana llevando una cartel en protesta contra
las granjas de perros.
En un poblado tradicional coreano que está a unos cuarenta minutos de Seúl, que es un museo de las tradiciones, costumbres, folclore y arquitectura popular, se podían ver cómo los lugareños tenían un espacio para las gallinas, otro para los conejos y otro para el perro o los perros, que eran criados como si fuera un cerdo de engorde.
Y siguiendo con los perros también están las protectoras que no sólo los defienden sino que atienden a los abandonados y luego los sacan bien presentados para ofrecerlos en adopción. En el metro, por la calle es bastante habitual ver a gente paseando con sus perros, preferentemente de los que se pueden llevar en brazos. Jung tiene en su casa tres hermosos perros y le ofendió que le preguntara si había comido carne de perro.

martes, 9 de octubre de 2012

Tardes inolvidables



Las circunstancias, a veces, se van entrelazando como si esos mundos que se comunican hubieran creado nuevas redes.

Jung tocando a Chopin. La vela encendida estaba junto a mi.
Entré a un restaurante a comer, antes de comprar la leche y la cerveza necesarias para subsistir y allí estaban esperándome dos abueletes que enseguida entablaron conversación conmigo. Tienen 74 años y estuvimos hablando de su amistad desde su infancia, un poco de España, de mi viaje,… Me dijeron que si había probado una bebida, les dije que no y fueron a comprar una botella que compartimos entre los tres y luego añadieron a otro comensal más que estaba en el mismo restaurante. Los cuatro entramos en animada charla y me preguntaron si tenía algún plan para esa tarde. Sí, les contesté, pero… Pero nada, vente con nosotros. Me invitaron a la comida y me llevaron a lo que debe ser una bodega coreana, que es como todas las bodegas, pero con karaoke. Allí bebimos unos zumos, alguno de cebada fermentada, y cantaron unas canciones. Yo me negué a cantar una canción desconocida y con subtítulos en coreano. Les dije que necesitaba al menos doce cervezas para entender la letra. Así que acabamos cantando el cucurrucucú paloma, que era lo único que sabíamos en común.
Kim  cantando karaoke en la bodega de su amigo.
Disolvimos la reunión, y el otro invitado Jung, que es psicólogo y profesor me acompañó a comprar. Quiso pagar mi compra a lo que me negué secuestrando a la cajera. Finalmente accedió a que pagara pero me invitaba a un café. Me llevó en coche hasta su casa. Una casa magnífica, de revista de decoración. Preparó un té, encendió una vela y me preguntó ¿qué te toco? Dudé un instante y enseguida me dio opciones, Chopin, Bach, Mozart,  Pues Chopin mismo, le dije. Se puso al piano del cuarto de estar donde estábamos y en un ambiente magnífico, en una situación inenarrable, con la vela de fondo, sus tres perros acariciándome y tomando un té, escuché una magnífica interpretación para mí sólo. Luego salimos al jardín y hablamos tendidamente, yo sobre todo de mi hija. Luego me devolvió a casa. Cuando he llegado me he encontrado con un mensaje en el correo para quedar para cenar, pero he llegado demasiado tarde y ya no ha podido ser.
Y es que Seúl tiene momentos. 

lunes, 8 de octubre de 2012

15 M en Seúl


Cuando uno está dando tumbos por el mundo tiene la ventaja de poder encontrar a otros que también están en una aventura semejante. Pasaba por lo que viene a ser la plaza de España de Seúl y veo a una persona agachada escribiendo sobre una gran cartulina blanca en coreano. No le presto más atención, pero me doy cuenta de que entre la grafía coreana pone la palabra Urdangarín. Y claro, me dije ¡ostia! ¿esto qué es? Esto, este, era un español simpatizante del movimiento 15 M que estaba haciendo labores de proselitismo entre los coreanos y explicaba con texto y con dibujos el asunto de Urdangarín, la cacería del rey de elefantes (es una nueva incorporación a la baraja española), y otros temas de la actualidad española. Me confesó que no había tenido mucho éxito, tan sólo cuatro personas se habían acercado en toda la tarde. Si el tema hubiera sido de fútbol, el éxito lo tenía asegurado. Porque mucho estudiar idiomas pero lo cierto es que sabiendo las palabras Real Madrid, Barcelona, Mesi y Ronaldo, se te abren un montón de puertas en todo el mundo y otras tantas sonrisas.
Estuve de cháchara con Luis, que así se llama el denunciante de injusticias, sobre lo divino y lo humano, sobre literatura coreana, trabajo en el que él, conocedor del idioma, quiere introducirse en una editorial. Sobre proyectos personales y sobre los futuros contactos que vamos a tener en temas comunes. Sobre ecoaldeas, sobre marxismo, postmarxismo y dándome ideas para hacer cosas en Corea.
Los viajes te hacen mover en tremendas contradicciones. ¡Qué grande es el mundo y qué pequeño! voy diciéndome sin solución de continuidad, añadiéndome lo iguales y distintos que somos todos.
Y es que cuando hay voluntad es fácil entenderse, pero también; cuando hay voluntad ¡qué imposible resulta la comunicación! Con Luis nos entendimos y comenzamos un proyecto de comunicación, que quizás no llegue a ninguna parte, pero es otro frente más de relaciones que queda abierto. 

domingo, 7 de octubre de 2012

Koangwon Choi


Cuando hice el Camino de Santiago en el 2010 una tarde coincidí con Koangwon, un coreano que también lo estaba realizando. Sólo estuvimos unas horas juntos, pero gracias a las nuevas tecnologías hemos seguido en contacto. Le impartí sus primeras clases de español. Luego él en Seúl se puso a aprender nuestra lengua y ahora ya se defiende. Ayer quedé con él y nos volvimos a ver desde aquella tarde cerca de Santiago.
Teníamos poco en común salvo la coincidencia en un albergue y alguna generalidad. El inicio de nuestro reencuentro fue de tanteo, de dudas, pero poco a poco nos fuimos acercando a todo lo común, que resultó ser mucho.
Koangwon quiere decir la primera luz, porque en Corea los nombres tienen un significado que suele poner una persona que trabaja en ello, en poner nombres dependiendo de las circunstancias del nacimiento.
Koangwon estudia literatura, no le importa el dinero, prefiere dedicarse a lo que le gusta. Y por los caminos de la literatura llegamos a autores que los dos habíamos leído, a  espacios comunes y sensibilidades semejantes.
Gran parte de nuestra larguísima conversación transcurrió en un local donde sirven el té tradicional coreano. Eso significa que tuve que estar sentado en el suelo y cuando me levanté, sólo pude intentar levantarme porque me dolía hasta la médula de tanto anquilosamiento.
Me llevó por un barrio alejado del turismo donde vive gente de forma tradicional en casas algunas antiguas y otras modernas que se construyen siguiendo los patrones tradicionales.
Me presentó a su mujer y su hijo de diez meses. Fue una tarde tremendamente hermosa, donde se revive la amistad universal con gente que vas a ver dos, tres o a lo sumo cuatro veces en la vida.
Me preguntó por la situación actual de España. Resumirlo en pocas palabras para un extranjero me resultó duro. Muy duro, no por el esfuerzo, sino por el contenido de mis palabras. Un país en una situación económica muy difícil, que todavía va a ser más difícil y que no se sabe hacia dónde va, ni cuál puede ser el camino para ir a ese no se sabe dónde. Además con dos partes de España que quieren ser independientes. La brevedad y dureza del relato le paralizó la expresión y lo cierto que también la mía. Los sindicatos van por un lado, el gobierno por otro, por otro la oposición, por otro los independentistas, por otro el pueblo. Si leemos en los libros de historia algunos hechos desagradables, antes de estallar, no tenían ni la mitad de ingredientes que la situación actual.
Un día de estos Koangwon y yo quedaremos por Skype. Nos volveremos a rencontrar y seguiremos hablando. Cultivaremos la amistad sin fronteras, la patria de la humanidad tan alejada de los nacionalismos. ¡Qué torpeza la de quien se cierra en vez de abrirse! Allá ellos.

viernes, 5 de octubre de 2012

Tocando el tambor en Seúl


Desde hace unos cuantos años, por un par de razones, no salgo a tocar el tambor en la Semana Santa de Alcañiz. Pero quién iba a decirme que lo iba a tocar en Seúl.
Durante estos días se está celebrando la fiesta nacional y eso conlleva que diversas actuaciones folclóricas inunden el centro de la ciudad.
La percusión es algo común a casi todas las celebraciones festivas de casi todas las culturas, con muchísimas variantes. En Seúl intervenía un grupo que tocaba una especie de timbales. Una vez acabada la actuación coincidí andando con una mujer mayor que llevaba colgado su tambor. 

Llevábamos el mismo paso. Me miró, la miré y con un gesto me invitó a que tocará el tambor. Me dejó los palillos, que no son tales, pues uno es como una pequeña maza blanda y el otro es una caña de bambú plana. Así que junto a la plaza del ayuntamiento de Seúl me pongo a tocar el toque tradicional de Alcañiz (soy malo tocando, pero con esos palillos, todavía peor) a la mujer le hizo gracia, se quitó los vendajes con los que se sujetaba el tambor y me lo colgó. Enseguida les llamó la atención mi peculiar toque, me hicieron corro y comenzaron a llevar el ritmo con las palmas.

Cuando le devolví el tambor no cabía en mí de gozo. 

miércoles, 3 de octubre de 2012

Lucas


Cuando estudiaba en Escolapios, de eso hace más de cuarenta años, muchos me conocían por Lucas, es mi segundo apellido. Todavía hay gente que me llama así. Lo que no podía imaginar es que iba a estar en una estación de metro en Seúl  llena de coreanos, yo era el único occidental, y de repente escucho ¡Lucas! Yo no salgo de mi asombro. ¿Será a mí? ¿me lo habrá parecido? ¿Será un nombre coreano?
Por un momento han abandonado sus móviles y se dedican
a recuperar sus tradiciones con la confección de estos cestos.
Pues era a mí a quien llamaban. Era el dueño de los apartamentos donde me hospedo, que al verme se acordó de mi correo electrónico, que comienza por lucas, y así me identificó y me llamó. Nos echamos unas risas, bromas y abrazos y cada uno se fue para su vagón.

La amabilidad de los coreanos es envidiable. Se desviven por ti aunque acaben de conocerte. Te acompañan a todas partes si disponen de tiempo y como norma general no buscan el error en el otro, tan típico de los españoles, sino que si algo no funciona lo primero que piensan es que algo han hecho mal. 

Su gesto de saludo, agachando la cabeza ante los demás, dice mucho de su comportamiento. Es una muestra de respeto al prójimo desde el primer momento en que lo conoces. Cuando salgo a correr por las riveras del Hangang, que es el río de aquí (por cierto con sólo un centímetro de su superficie hay para llenar un Ebro caudaloso), muchos coreanos, por supuesto desconocidos, con los que me cruzo agachan la cabeza a mi paso en señal de saludo y respeto. Por supuesto les correspondo y mi ejercicio de correr se completa con un continuo subir y bajar la cabeza. Son muy buena gente. Lástima la dificultad del idioma para poder comunicarme mejor con ellos. Es una tierra en la que merece la pena vivir.

martes, 2 de octubre de 2012


No creo que sea fotogénico. O lo sería si me acompañara el físico. Lo curioso es que los coreanos me piden posar con ellos. Pongo mi mejor sonrisa y sobrellevo la carga de la fama. Todavía no me piden la firma, pero es que sólo llevo tres días. También pido que me hagan fotografías. Nunca hacen una. No pueden. Suelen hacerte tres cuando les pides una. La que les has pedido, la de por si acaso y la que ellos creen más artística, que es cuando te hacen mover de sitio y hacen el encuadre que les parece.
He pedido hacerme unas fotos con unos vestidos de baturros coreanos y cuando nos la iban a hacer, se ha formado un corro de gente curiosa viendo la pose de un rostro pálido rodeado de pieles amarillas. Al instante han comenzado a sonar los clics de las cámaras (que también tienen el sonido) y he sido la atención de los que había por allí.

Fotografía oficial de la boda. La novia no está muy convencida
Lanzado por el corcel de mi fama, le he pedido en matrimonio a una coreana que pasaba por donde yo estaba. Sin agradarle la oferta, no ha sido capaz de decir que no y se ha ofrecido a que la llevara al altar de esta gente. Hemos posado, hemos bebido y hemos vuelto a posar un poco menos serios con mi uniforme desabrochado.


Segundos antes de pedirme el divorcio
La gente me saluda. Como casi todos son iguales y casi todos llevan el mismo modelo de gafas, no suelo distinguir si los que me saludan los he conocido en alguna sesión de fotos o corresponde a la educación coreana.
Unas chicas (muy jóvenes) me han ofrecido que cogiera un sobre entre un puñado que llevaban. Pensaba que pedían dinero y les he dicho que no. Ha sido la mayor desgracia que les podía haber ocurrido en su corta vida. Me han dejado claro que no pedían dinero. Me he disculpado, he cogido el sobre y en su interior ponía “te quiero” en media docena de idiomas, entre los que no estaba el español. El premio, no sé si para mí o para ellas, hacerme una foto con una de ellas.